domingo, 28 de diciembre de 2008

¿qué era aquello?

Venía en el bus oyendo aquella Tarantella que sale en El Padrino. Es una canción italiana fenomenal y además me hacía pensar en cosas extrañas como que a lo mejor si yo andaba oyendo folklore italiano, en Italia, un chico como yo, volvía a casa oyendo El cóndor pasa o algo similar. Había ido hasta el Sargento Pimienta porque se presentaban Los Amigos Invisibles. Cuando llegué, las entradas ya estaban agotadas. No era un gran fanático del grupo pero de todas formas me gustaban algunas de sus canciones como aquella del tipo que tiene una vecina que está muy buena o la del chico que quiere tener sexo anal y no le dejan. Me quedé un rato frente a la puerta pensando en que a lo mejor el seguridad enloquecía y nos dejaba entrar a todos. Como no sucedió nada de eso, fui al grifo por dos cervezas y bajé a La Noche. Allí se iba a presentar La Sarita. También estuve meditándolo un rato. Finalmente decidí no entrar a ningún lugar, beber las cervezas en el parque y volverme a casa cuanto antes; de modo que allí me tenían: montado en el bus, oyendo aquella extraña canción italiana en mi ipod y alzando la botellita cada tanto.

Frente al parque Kennedy he saltado fuera. No sé muy bien porqué. Ha sido un impulso. Unas ganas de no volver a casa todavía. En un momento estaba arriba del bus y luego ya no estaba. Atravesé el parque por el lado de la iglesia y entré al starbucks. Pregunté hasta qué hora abrían (era medianoche). Hasta las dos. Compré el café más barato que tenían y me tiré a leer Las leyes de la atracción a un sillón. Al cabo de una hora he llegado hasta la página doscientos y he decidido salir antes de que comiencen a echar a la gente. Para entonces, el café había dominado por completo a las cervezas. Era raro estar sobrio en aquel parque. Hasta parecía otro lugar. Me dio un poco de miedo, cogí el primer taxi que encontré y me vine a escribir.

Y escribí. Al terminar he leído lo que he escrito y he recordado a I. Alguna vez en una de las reuniones en su casa, tras leer uno de mis cuentos me dijo lo siguiente: todo está muy bien muchacho, pero tú te convertiste en escritor por algo, tú querías decirle algo al mundo y te has olvidado de eso. Era cierto. Aquel cuento estaba muy bien pero francamente no le hubiese cambiado la vida a nadie. Yo quería decirle algo al mundo. Vuelvo a leer lo que he escrito esta noche, pero nada de eso está allí tampoco. Y lo peor no es eso. Lo peor es que no lo recuerdo. No recuerdo qué era lo que yo le quería decir al mundo. Releo una y otra vez lo que he escrito. Luego sacó otro grupo de papeles de un cajón y sigo sin encontrarlo. No sé bien lo que estoy buscando, pero definitivamente no está en ninguna de esas hojas. Salgo del cuarto. Voy hasta el espejo del baño y me observo detenidamente mientras toco mi reflejo. Trato de recordar cómo lucía hace algunos años. Lo consigo fácilmente de modo que confío en que en algún momento también recordaré lo demás. Estoy convencido de aquello, y de hecho, es lo último que pienso antes de apagar la luz y sentir que mientras yo vuelvo al cuarto, mi reflejo aún se ha quedado en el espejo, un poco asustado y con la mirada extraviada entre las siluetas del inodoro y los otros muebles del baño.

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