jueves, 16 de octubre de 2014

Ribeyro



Es como una especie de amor platónico esto que siento, pensé la primera vez que estuve parado frente a la máquina de escribir de Ribeyro. Era una Olympia de color gris. Tenía las teclas en diferentes intensidades de crema (imagino según la frecuencia con la que Julio usó tal o cuál letra, aunque tal vez ya estoy alucinando). Tenía también dos teclas laterales de color verde-hospital cuya función desconozco, la barra espaciadora estaba ligeramente cuarteada y, en general, al ver la máquina, sentías que le habían dado tantas veces con los dedos que, aun estando quieta, escuchabas su sonido, como el de un jardín lleno de grillos insomnes.

La tienen en la Casa de la Literatura Peruana por si quieren ir a verla. Yo había ido a la exposición para ver las viejas fotos de Julio, las primeras ediciones de sus libros, pero no sospechaba la presencia de su máquina, así que cuando llegué hasta la vitrina que la contenía, me empecé a sentir como un vaso en el que han vertido la cerveza tan rápido, que la espuma sube violentamente amenazando con derramarse. Me alejaba de la vitrina, caminaba y volvía a verla. Mi cerebro decía: No NO NO! Era la máquina en la que había escrito las Prosas apátridas, Tristes querellas en la vieja quinta, tal vez Solo para fumadores y eso me sobrepasaba. Era raro. El mismo Julio habla de las reliquias como "cosas deshabitadas". Decía que por eso él nunca iba a visitar la casa del artista. El sillón de Voltaire, el pincel de Leonardo eran para él "objetos por donde el espíritu del artista solo estuvo de paso para instalarse en la obra". Entonces ¿por qué me ponía así al estar parado frente a su Olympia?

Días antes había pedaleado mi bici como un salvaje desde la UPC de Monterrico hasta la Plaza San Martín solo porque estaban a punto de acabarse unas jodidas tazas con una ilustración de Ribeyro fumando en París. ¡Una taza! Y luego estaban las fotos de la expo. Uno está acostumbrado a ver fotos de un Ribeyro cuarentón, cincuentón, flaco, pelado, probablemente enfermo y cagado. Pero el de estas fotos no era Ribeyro. Era Julio, joven, intenso, con copete y fachas de matador. Daba ganas de escucharle la voz, de llevárselo de vinos, de no presentarle a la flaca que te gusta. Putamadre, que cabro que soy, pensaba mientras lo miraba obnubilado. Pero luego me acordaba de esa escena de Martin H en la que Poncela dice que a él lo seducen las mentes y que hay que follarse a las mentes y aquello me aliviaba. Debe ser eso, pensé, me seduce su mente y por eso parezco una quinceañera a la que se le ha roto el elástico del calzón.

Ahora, es decir, anteayer por la noche, le he comprado a mi pata Cardo –que es una especie de saqueador de tumbas literario– los tres tomos del diario de Ribeyro que a él tanto le había costado conseguir (2 años recorriendo Quilca y Amazonas. Le dice su amiga para consolarlo: 2 años se pasan volando xD ¡Fuerza Cardo! sé que los conseguirás de nuevo). Yo ya había leído La tentación del fracaso hace como 4 años en la nueva edición que sacó Seix Barral y que K me prestó. Se preguntarán ustedes ¿entonces para qué chucha te los has comprado si ya los leíste? Y no les faltará razón. ¿Por qué este fetichismo, esas ganas de tener los libros al pie de la cama? Lo explico:

Ribeyro es un gran cuentista, sin embargo, hay muchos grandes cuentistas ¿verdad? Carver, Cortázar, McCullers, Chéjov, García Márquez, Bukowski, Poe, Hemigway, Maupassant, Bradbury, en fin. Creo que lo que me maravilla de él no son tanto sus cuentos, o sí, (diablos, de solo pensar en Al pie del acantilado se me pone la piel de gallina) pero sobretodo la idea de todo sus cuentos como obra completa: La palabra del mudo, y lo que escribió en la carretera auxiliar de la literatura: las Prosas apátridas y este diario. Ese TODO me recuerda que Ribeyro escribía siempre, incluso cuando no estaba haciéndolo. Y no como un oficio, un juego, un trabajo, un escape, un pasatiempo o una pasión, porque hasta de las pasiones -tarde o temprano- uno acaba por curarse, sino como la ÚNICA forma que tenía de procesar el hecho de estar vivo. Recuerdo haber leído que cuando escribió Crónica de San Gabriel, estaba tan concentrado en la historia que al evocar esas épocas, recordaba más los escenarios de la novela y los personajes que la propia casa en la que la escribió.

Ribeyro es la imagen de la vida que yo escogí, llevada hasta el extremo. Y es por eso que me basta ver sus libros cerca para recordar que yo también debo internarme en las palabras e incendiar el puente. Esta ciudad que ustedes habitan, no me pertenece. Aquí crecí y tuve amigos. Pero yo debo parecerme cada vez más a un forastero al que solo se le permite colarse por las noches como un bicho carroñero para recoger el rastro de las historias. Dado que el destierro no es impuesto sino voluntario, mi cobardía -o tal vez solo mi pereza- todavía me tiene detenido en la frontera que separa Lima de la ciudad inventada. Me cuesta alejarme de estas calles, de los amigos. Pero poco a poco he ido comprendiendo que la ciudad que replicamos al escribir, como un espejo trucado que corrige y expande detalles a su antojo, es un mejor lugar desde donde mirar la vida. Soy el obrero de una ciudad que necesito habitar y que otros habitarán cuando me lean.

Mientras termino este texto, mi gran amigo y escritor Jorge me ha preguntado qué hago. Escribiendo, le he dicho. No te molesto más, me responde y se va. Me ha conmovido su respuesta. Es como si ya comprendiéramos lo que nos toca. Somos dos albañiles que se lanzan los ladrillos en silencio. Sabemos que hay gente esperando caminar por las calles que nosotros empedraremos, enamorarse de las chicas que recordaremos, reírse de las cosas que los locos de nuestro pueblo inventarán. Y para mí, saber que Ribeyro es uno de los arquitectos que levantó parte de la gran ciudad, hace que acepte esta labor de obrero con energía.

Sé que mi tarea es todavía humilde. Veo a Huxley inventando el futuro. A Verne cavando el centro de la tierra. A García Márquez colocando galeones en el medio de la selva, a Bukowski inaugurando bares y regando putas, a Kerouac extendiendo carreteras interestatales. Y pienso en cuán infinito es el mundo de las palabras. Y cuán pequeño soy yo. Pero aún así, intuyo que mi tarea es importante. Y que este breve pedazo de tierra que hoy estoy removiendo con mis dedos, será el soleado jardín en el que alguien se echará a descansar mañana.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

En el Instituto RPB hay una máquina de escribir que dicen que es/fue de Vargas Llosa. Una vez tecleé una palabra que me vino a la cabeza y luego se convirtió en un cuento. ¿Habré abierto algún portal? :O
Me pasa como a ti y creo que fue Eielson quien lo supo decir: "Soy un ciudadano del Mundo". Yo prefiero pensar en ti como un fontanero del Mundo: tomando lo estropeado y poniéndolo de un modo más útil cuando no más lindo, pero cuando has escrito 'jardinero' he recordado al señor que venía a podar el ficus que estaba en medio del jardín de esta casa y mi papá siempre le pedía que hiciera un pollito y no he podido evitar la analogía, me perdonarás.

Anónimo dijo...

¡¡¡Ya me acordéééé!!!
Esas teclas verdes que dices deben ser las que se usaban para poner las mayúsculas o la tilde, ¿te acuerdas? Si solo querías poner una al inicio de un nombre, oración, frase oloquefuera presionabas solo esta tecla, la cual elevaba el rollo de la máquina y ponías una letra mayúscula. Claro que todo lo que te digo debes imaginarlo a la velocidad que digitabas. A veces también servía para sacar la tilde, las diéresis, las comillas o (una vez vi un caso) la virgulilla. Si querías escribir un párrafo largo con mayúsculas tenías que presionar ambas teclas al mismo tiempo; se enganchaban. Así como quien termina de robar un banco: pones cuarta y presionas el acelerador.
La idea me persiguió como la bolita de la Tinka que falta para que alguien se saque el millón.

José Alejandro Rojas R. dijo...

Este texto me ha hecho llorar, Pierre jaja. Saludos, espero que estés bien.

Isa dijo...

Grande Ribeyro, mi madre y mis tíos lo conocieron de joven y me han dicho que de guapo no tenía nada :(.
De souvenirs de escritores, mi hermano usó durante un tiempo la billetera de Scorza. Años después, me hubiera gustado conservarla :(

Pierre dijo...

¿cómo rayosss tenía la billetera de Scorza?! D: esa billetera ha de tener historia. para empezar, yo leí en la historia de los Populibros Peruanos, que Scorza le había dicho a su mujer que el día que abriera su billetera y encontrara menos de 50 soles, se iba a volver chango. y entonces un día echando gasolina abrió su billetera y vio que tenía menos de 50. Fue y dejó a su mujer en su casa y le dijo: ya vengo. entonces se fue y más tarde volvió a su casa pero sin el carro. y su esposa dijo ¿y el carro? y él le dijo: lo he dejado como parte de pago en una imprenta por un proyecto que se va a llamar: Populibros Peruanos. Además, esa billetera ha contenido el dinero de todos los escritores a los que Scorza nunca les pagó los derechos como a Ribeyro, Reynoso, Vargas Llosa xDDD a la mierda.