viernes, 22 de abril de 2016

no decir nada

Son las 11 am. Ha salido el sol y Paulo y yo llegamos a la universidad donde nos han invitado a hablar de literatura. En el patio hay un muro lleno de poemas de Apollinaire, Girondo, Huidobro, Oquendo de Amat y está también ese verso de Luis Hernandez que dice que los laureles se usan en los poetas y en los tallarines. Un verso que da hambre. Nos ponen una mesita y un par de micrófonos frente al jardín más grande. Todo está listo. Excepto el público. Ningún chibolo se aproxima. ¿Y quién los puede culpar? Se ven tan cómodos bajo los árboles, conversando con sus amigas, coqueteándose, tirándose briznas de grass. Da hasta flojera hablar de literatura. Pero para eso nos han invitado. Así que Paulo y yo nos ponemos a disertar frente a 30 metros cuadrados de pasto virgen. Hablamos de Eielson y Ribeyro para las hormigas y los chanchitos de tierra. De pronto empiezo a soltar unos csmres, carajos y pendejos para ver si aunque sea por curiosidad ganamos público. Es un recurso narrativo bastante barato pero algo logra. Es decir, nadie se acerca, pero al menos ya nos miran y nos sonríen desde lejos. Estamos acostumbrados, les digo, no se palteen por nosotros, no somos políticos. Durante años hemos escrito cuentos y poemas sin que nadie los leyera. Mas bien esto nos hace sentir como en casa. Y agradecemos y nos despedimos. Un par de profesores se acercan y nos compran nuestros libros para que nuestros editores no se pongan a llorar. Paulo dice que fuga y fuga. Yo también me voy en mi bici. Pero como estoy cerca de mi antiguo depa, voy a ver si todavía anda por ahí el tío del cebiche mutante. Y lo encuentro. Lo encuentro justo antes de que venda el primer plato. Está en los últimos momentos de concentración. Es como Tong Po pateando las columnas del estadio antes de partirle la madre al hermano de VanDamme. Pone todo al alcance, alista la cucharita y el exprimidor, se frota las manos, y para cuando dice YA, QUIÉN QUIERE, tiene a 8 personas -incluyendo un cobrador de combi y una serenazgo- salivando con 6 lucas en la mano. El primero soy yo. Coloca todos los platos y pone dentro de cada uno un montoncito de calamar con culantro, le corta la cabeza a un limón y lo exprime encima, agrega ceboia picada, ajo, ají limo, sal y con una cucharita empieza a revolver mientras con la otra mano hace girar los platos como trompos. Hace lo mismo con cada uno y después se echa una gota de jugo sobre el dorso de la mano y prueba. La gente se está masticando la lengua. Finalmente pone dos tajadas de camote y empieza a picar montones de chicharrón que coloca como un crocante peñasco sobre cada cebiche. Cuando ya la gente está estirando las manos, el tío dice: ¡aguanten! y saca un último pedazo de chicharrón de calamar, lo corta en finas tiras y se queda mirando los cebiches como un japonés haciendo ikebana. Puta que la gente ya se quiere volver caníbal. Y entonces, para cerrar el acto, le coloca a cada plato ese último pedacito de chicharrón en un lugar estratégico. Sin huevadas que parece que si lo colocara en otro lugar del plato, el mundo estallaría en mil pedazos. Es la palabra puesta en el lugar preciso. Y después: ya coman pe carajo, tanta huevada por un cebiche xD. Y bueno, no les voy a contar a qué sabe porque ya tengo que irme a cocinar y me da flojera buscar una metáfora adecuada. Pero el puestito queda en Sucre con Bolívar por si quieren ir. La cosa es que después me vengo cleteando y en la esquina con la Marina me compro una lata de chela porque el cebiche me ha dado sed de delirio. Mientras bebo, recuerdo que en esa esquina Arguedas vio un espectáculo que inspira uno de los poemas de Katatay. Y también en esa esquina es que Scorza cuenta que decide crear Populibros Peruanos. Le doy otro sorbo a mi chela y subo al puente de la Brasil como quien monta un brontosaurio dormido. En vez de bajar hacia Miraflores por Salaverry, doblo a la derecha una cuadra antes en una callecita llamada Ugarte y Moscoso que antes se llamaba Mariscal La Mar y entonces freno en seco. Freno porque estoy entrando por primera vez en mi vida a la cuadra en la que vivía Manongo Sterne en No me esperen en abril. La cuadra en la que él escuchaba cantar a las cuculíes mientras se preguntaba ¿cómo se podía ser un chico feliz en una ciudad con esos amaneceres? Es una calle tranquila de árboles altos y frondosos y casas gigantescas que ocupan un tercio de la cuadra cada una. Bajo pedaleando despacio por el camino que alguna vez él hizo acompañando a Tere Mancini hasta su casa, 6 cuadras más abajo, justo antes de llegar al Parque de la Pera. Miro el barrio un rato pero luego no sé qué hacer y vuelvo a casa. Al llegar me pongo a escribir toda esta historia. Sin embargo, cuando la termino, como ahorita, no le encuentro sentido alguno y la borro completa y me voy a mi cama a dormir. Y me siento mejor ahí que escribiendo. No tengo ni idea de por qué la he vuelto a escribir hoy. Cuando uno escribe encuentra hilos sueltos por todas partes. Puede ser un muro lleno de poemas o un jardín vacío frente a ti o un señor que pica culantro. Hilos que al jalarlos se convierten en historias, pero eso no significa que debas jalarlos todos, uno debe escoger o sino la vida se convierte en una casa de los espejos. Carver cuenta que a él se le ocurrían frases. Por ejemplo esta: "Estaba pasando la aspiradora cuando sonó el teléfono" Decía que en esa frase estaba todo el cuento y que poco a poco lo iba sacando. Ahora me doy cuenta que a veces es mejor quedarse en la cama y no decir nada. O ir al mercado a comprar tomates y cebollas para cocinar en silencio sin más sonido que el de tus dedos contra la cáscara de las verduras. Y olvidarse de que uno escribe. Y comer. Y dormir.

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