miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los años verdes

Cerebralmente, son pajas los cinco últimos días del mes. En ese último trecho, mientras tu sueldo real se cuenta ya en rumitas de monedas (con estos 3 soles hoy almuerzo arroz con plátano, con este otro sol compro té y chancays para la noche, con estos 0.60 un head&shoulders para bañarme 2 días); tu sueldo soñado (el que viene llegando en cámara lenta al ritmo de "Charriots of Fire") se expande hasta el infinito. Del 25 al 29, por lo menos tres veces al día, dices: "UY carajo, cuando cobre podemos..." y esta apertura de frase es como un portal a lo imposible: "Ir a comer a ese lugar buenazo que nos dijeron, instalar un bar en la jato, saquear a los libreros de Amazonas, hacer una fiesta con burro como Tom Hanks. Es como aquel sketch ochentero que tenía Rossini en Risas y Salsas. ¿Cómo se llamaba? ¡"Los años verdes"! Alan nos reventaba a paquetazos y ahí estaba Rossini, con un perico al lado, diciendo que "Cuando llegaran los años verdes la gente se iba a mechar por ser quien pague la cuenta". Bueno, en estos días el cerebro se pone en modo Guillermo Rossini y se le ocurren cojudeces. Pero lo más pendejo es que yo además agarro una hoja bond y voy escribiendo todos allí (comprarme medias, llenar la refri, visitar a mis viejos, ir al mundial de Brasil). Me llevo la hoja al baño, la saco a la calle por si se me ocurre algo afuera, la miro antes de dormir y al amanecer le anoto algo que se me ocurrió entre sueños. Para cuando llega el 30, aquel A4 está todo lleno de dobleces y posibilidades en diferentes tintas de lapicero. Entonces voy al banco. Veo mi sueldo, levantándose indestructible como un Kraken que me monta sobre su hombro y me lleva a pasear por Lima. ¿Cuánto dura la euforia del poder? No lo sé exactamente. Solo recuerdo que de pronto hay como un fade a negro igual que en las películas. En la última toma todavía se me ve airoso sobre mi monstruo, sonriendo contra un cielo limpio de nubes. Despierto el día 5 o 6 del mes. Estoy solo en la playa del arrepentimiento. Del Kraken no quedan más que escamas que me apuro a recoger y meter a mi mochila. Todavía no estoy en la miseria, podré sobrevivir, comer y hasta beber un poco. Pero los planes se adaptan: ya no saquearé Amazonas, tal vez podré comprar un par de libros viejos en Quilca, comeremos en esa carretilla buenaza que nos dijeron, me compraré 1 par de medias, veré el mundial, por la tele. A veces me topo con la hoja a mitad de mes y me muero de la risa. Es como cuando un niño te explica cómo va a ser su castillo, antes de meter la pala de plástico en la arena. Sé, sin embargo, que a fin de mes, volveré a hacer lo mismo, volveré a llenar una hojita de cojudeces. ¿Por qué? Creo que porque cuando imagino y escribo las cosas, es como si me sucedieran un poco. Es decir, yo recuerdo los paquetazos de los 80s, recuerdo en los 90s a nuestro ministro de economía, Hurtado Miller, diciendo "Que Dios nos ayude". Pero también recuerdo estar metido en la cama con mis viejos viendo a Rossini hablar con su loro de "Los años verdes". Recuerdo este sketch en el que dos conductores se chocaban y se peleaban por ver quién pagaba el choque. Al final llegaba el tombo todo asado y decía "Tanta huevada, aquí pago yo y los dos se me van pa' su casa" xD Csmre, recuerdo estar matándonos de la risa con esa historia. Sí, de hecho, eso es lo que más recuerdo de esa época

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