jueves, 3 de octubre de 2013

no debéis temer de lo que escriba

Esta noche he comprado siete libros de poesía. He comprado siete libros de poesía y he tomado veintitrés vasitos plásticos de vino. No los he contado mientras los bebía, pero veintitrés es un número bonito, así que diremos que fueron veintitrés. Ahora ya no estoy tomando vino sino café así que no debéis temer de lo que escriba. Bebíamos vino tirados en el grass bajo altísimos árboles de eucalipto y luego entramos a una sala a escuchar poesía. Era una sala oscura con cómodas butacas que te recibían como una cariñosa madre grizzly sentándote en sus piernas . Éramos veinte o treinta espectadores. Una de las poetas que leía nos quedó mirando y dijo "Que raro es estar en esta sala oscura con gente que viene a escuchar poesía". No recuerdo si hubo risas o silencio pero nos sentimos como si estuviésemos en un cine porno. Yo tenía los siete poemarios en la mochila y de pronto sentí que si mi vieja abría la mochila iba a sacar revistas llenas de calatas. La pornografía del alma. Recordé aquella noche en Quilca cuando pasaba serenazgo en batida y nosotros nos paramos al medio de la pista a gritar: NO SOMOS PUTAS! SOMOS POETAS (que es parecido, pero nunca tanto). Me vi al medio de mi sala diciendo "Viejo, he gastado una parte considerable parte de mi paga en libros de poesía. No sé para qué sirven, pero los necesito". Luego Pablo ha leído un poema sobre las moscas y Mario uno sobre la soledad y todo ha sido explicado. Camino a casa ella me ha hecho recordar los cuadernos de Luchito, así que al bajar de la combi he ido por plumones al supermercado. Estaba cerrado. He detenido mi nariz contra el vidrio. Volveré mañana. Los barcos tienen nombre de mujer. Los tornados también. Hay un verso de Pavese ¿lo recuerdas? Tengo 7 libros de poesía sobre el escritorio. No es una buena señal. Mi padre y mi madre me miran desde lejos. Como en el final de un cuento de Carver: mi vida va a cambiar, lo presiento.

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