lunes, 6 de enero de 2025

La noche en que le regalé un moño a Irvine Welsh


Ahora escasean ambas cosas en mi morral. Pero en esos días, ejemplares de mis libros y marihuana eran lo que yo tenía de sobra. Por eso a menudo los regalaba. Si coincidías conmigo una noche y había de por medio una chela, una conversación paja o una mirada peligrosa, tú llegabas a tu casa con un libro nuevo o con un musgo misterioso. Encontrarte conmigo era como sacar el joker verde de la baraja. Así que cuando supe que Irvine Welsh estaría en el Británico de Miraflores, pensé en él como uno de estos afortunados amigos de la noche. Arranqué un moño del baobab que crecía bajo mi cama, cogí un ejemplar de mi 2do libro y me fui por Shell rumbo a Balta. 


Tal vez te preguntes ahora quién chucha es Irvine Welsh.

Irvine es el tipo por el que los chibolos de los 90’s caminamos como drogadictos a punto de redimir su vida. Cuando un chico de los 90’s corre, Iggy Pop se saca la camiseta. Y cuando hemos pasado el día con una chica linda que dice cosas lindas, nos vamos a dormir cantando Perfect Day de Lou Reed. Claro que todas esas canciones las puso Danny Boyle cuando hizo la peli en 1996, pero esa peli no existiría sin el libro, y ESE LIBRO que también es una sobredosis de extravío, lo escribió Irvine en 1993. Él también sale en la peli. Es el dealer que le da a Renton los dos supositorios de opio que Mark se mete al culo y que luego se caen al inodoro del peor baño de Escocia. La que sigue es una de las más asquerosas y memorables escenas del cine de los 90’s. 

Cuando el conversatorio terminó, fuimos a otra sala para que Irvine se tomara fotos con sus fans. Yo ya no tenía Trainspotting porque el que leí se lo afané a mi amiga K y luego alguien más me lo robó a mí xD Llevé Acid House, su primer libro de cuentos, lo que pareció sorprenderlo gratamente. Hasta que le pasé la weed envuelta en un papelito y eso lo sorPRENDIÓ más gratamente.  Mi amiga Ale Velez nos sacó las fotos. Yo le di mi libro y él me firmó el suyo.

A veces me siento medio huevón por haberle dado un libro mío que sin duda él no iba a leer. Pero cuando recuerdo esa portada que yo mismo dibujé, pienso que al menos ahora Irvine ya sabe cómo es el mapa del Perú. Y a qué sabe nuestra rica marihuana.



domingo, 5 de enero de 2025

Querido Ismael


Este ciclo uno de mis alumnos murió. Quisiera decirlo de una forma menos brutal, pero de la misma manera me enteré yo: Estaba parado junto al balcón del 5to piso esperando a que llegaran los chicos cuando vino Andrea con los ojos llorosos y me dijo que Ismael se había muerto. Yo la miré, luego me asomé al patio del instituto y vi un abismo que me llamaba a gritos.


Esa mañana cuando entré a poner notas no vi su nombre en la lista. Qué raro, pensé, si Ismael va bien y no falta nunca. De hecho, a la última clase fue el primero en llegar y pude conocerlo. ¿Sabía ya la muerte que le quedaba poco tiempo y por eso me lo estaba presentando? ¿Por qué querían que supiera que era un gran muchacho? ¿Para que escribiera? ¿Para abrir otra zanja al mapa de mi dolor? ¿Para que no volviera a ver a mis alumnos de la misma forma?

¿Se va de viaje, profe? me preguntó cuando vio mi cargada mochila. A Buenos Aires, le dije feliz, se casa mi mejor amiga. Qué bonito ¿Y desde cuándo son amigos? Desde que éramos guapos e indómitos como tú, Ismael. Te reíste. Me contaste que a ti también te gustaría viajar, a México tal vez, pero que ahora mismo eras feliz en Perú. Vivías en Villa El Salvador con tu familia y trabajabas como barman en un hotel de la Av. Pardo. Querías terminar tu carrera. ¡Ya habría tiempo para viajar! Me gustó esa calma tan poco común en los chicos de hoy. ¡Ya habría tiempo! Fue una entrañable charla, como si no estuviéramos en el salón. Y esa noche, cuando el QuickLlama me llevaba al aeropuerto y pasamos por un hotel de Pardo a recoger turistas, me pregunté si acaso ese sería tu hotel y si le habrías preparado chilcanos a esas gringas.

¿Qué hago ahora con esta carpeta vacía en el corazón? Todavía tengo el sonido de tu voz en mi cabeza ¿Por cuánto tiempo más? El último día cuando todos se fueron fui hasta tu carpeta y me quedé mirando el salón desde tu esquina. Quise cambiar de lugar contigo. A lo mejor verme como tú me miraste ese último miércoles. Pero solo pude llorar y apagar la luz. No voy a darle un sentido a esta historia. Solo quería contar que me gustó mucho llegar temprano ese día en que coincidimos. Y que el mundo es un lugar menos bello sin ti.

sábado, 4 de enero de 2025

Un gran ventanal



Yo había mandado mi carta de renuncia.

Pero no me iban a dejar ir fácilmente. La gerenta quería hablar conmigo. Crucé por última vez la pista que separaba las mazmorras de la casa matriz. Ella tenía una de esas enormes oficinas de paredes blancas con un gran ventanal, como en las películas. Me invitó a sentarme. Había trofeos: Effies, Ojos de Iberoamérica, un León de Oro de Cannes. La nuestra era una agencia ganadora.
―¿Por qué quieres irte justo ahora que te hemos ascendido
―Quiero escribir otras historias
―¿Qué historias?
―Historias que no sirven para vender cosas.
―¿Y no podrías escribirlas mientras escribes estas?
―Una vez que has empezado a decir la verdad, cuesta mucho decir mentiras.
Nos quedamos en silencio.
De pronto me di cuenta de algo: En esa oficina no había libros. Miré por todas partes. Nada. Una agenda abierta sobre su escritorio. Había gente que vivía así, pensé. Gente que no necesitaba otra vida que esta, gente que tenía calendarios y hacía planes para almorzar ASAP. Y esa era la gente que tenía las oficinas con grandes ventanales. A ese mundo iba a salir yo a contar mi historia. Fue mi primera gran lección: Yo era un payaso.
Podría haberme acobardado. Podría haber vuelto a las mazmorras. ―¿Cuánto quieres ganar? me preguntó al fin.
Eso me dio valor. Le sonreí con todas las muelas.
―Me tengo que ir, le dije y me puse de pie.
De pronto me pareció tan chiquita en su gran cárcel sin libros. En ese momento no lo sabía pero cada vez habría más gente como ella. Yo entraría a otras oficinas sin libros, a casas sin libros, dictaría clases en salones sin libros, vería cómo mis amigos escritores se irían quedando sin empleo, los idiotas empezarían a gobernar el mundo y la gente querría ser parte del absurdo. Las víctimas de un viejo holocausto serían los asesinos del nuevo y cada mañana los adolescentes tendrían miedo de abrir los ojos porque no tendrían otra vida que esta. Así que yo me sentaría a escribir una historia. Una historia que alguien pudiera abrir como un gran ventanal en un día de verano.
Yo sé que hay gente que puede decir mentiras un día y al otro decir verdades. Es solo que a mí me cuesta un poco.







jueves, 22 de febrero de 2024

sábado, 17 de febrero de 2024

viernes, 16 de febrero de 2024

Word Perfect 5.1

 



Escribí mis primeras historias en un viejo programa llamado Word Perfect 5.1. Corría 1995 y por las noches cubríamos las computadoras con una sábana de plástico. Mi abuela hacía lo mismo con sus pajaritos, no se fueran a resfriar. La computadora era algo tan nuevo en los hogares que no sabíamos si tratarla como a un artefacto, a una mascota o como los Supersónicos trataban a Robotina. Los mouses tenían su larga cola de alambre y dentro una bolita que había que sacar y limpiar de vez en cuando. Era como limpiarle el ombligo a tu PC. En 1995, Word Perfect todavía compartía el 50% del mercado con Microsoft Word. La pantalla era azul. Las letras grises. No recuerdo haberme preguntado por qué la hoja no era blanca como en la vida real. Ya era bastante tener un monitor a colores VGA. Cuando aprendí a jugar Prince of Persia lo hice en un monitor monocromático y nunca supe cuál era la poción revitalizante y cuál el veneno porque los dos humitos se veían del mismo color. Yo aseguraba que podía distinguir dos tonos diferentes de gris, pero a veces fallaba y me moría. Cuando terminaba de escribir una historia la guardaba en un diskette como cuando grababa canciones de la radio. Teníamos impresora pero hacía tanto ruido que solo se podía imprimir de día o despertabas a todo el vecindario. Algunas de esas cosas que escribí en los 90’s sobrevivieron al naufragio del tiempo. Mamá guardó las hojas impresas con su grapa oxidada en una esquina. Creo que ella pensaba que esas primeras eran mis historias más bonitas. Tal vez porque me escuchaba teclearlas desde su habitación o porque yo todavía escribía como su niño. Las tenía dentro de un fólder y me las dio muy contenta una de las últimas veces que la vi. Esto eras tú, parecía decirme, así empezaste a escribir. A veces echo de menos la pantalla azul del Word Perfect y los diskettes de 1.44 mb. Extraño tratar de distinguir la poción correcta en el Prince of Persia. Extraño terminar de escribir una historia y sentir que valía la pena despertar a todo el vecindario solo para que ella pudiera leerla.