miércoles, 17 de junio de 2015

decisiones

Me encuentro en el club de cátedra con un amigo, profesor de filosofía. En realidad no es mi amigo, solo conversé con él una vez en una fiesta, pero su conversación fue tan sincera y transparente que desde entonces lo sentí como alguien cercano. Además anda siempre con esta expresión de estar navegando en el velero llamado libertad de Perales y eso me pastelea. Es decir, ver que una persona que tiene como profesión cuestionarse todo, conserva esa paz, como que me reconcilia con la vida. Pienso: si este pendejo anda así de tranquilo seguro que es porque en el fondo todo está bien con el universo. ¿No? Bueno, la cosa es que al entrar al club de cátedra, veo que este amigo filósofo está detenido frente a la chica del carrito sanguchero y con la mirada inspecciona detenidamente todas las galletas, kekes, brownies, chocolates, barras energéticas y sánguches posibles. ¡Hola! -le digo- ¿cómo estás?. Sonriendo pero casi sin dejar de mirar el carrito me responde: "Tomando decisiones". ¡La putamadre! Tomando decisiones. Yo pensé que estaba mirando galletas. También yo vengo con un sánguche de pollo en la mano. Lo acabo de comprar afuera de la universidad y es uno de esos que vienen con un sachet de mayonesa para que tú mismo se lo untes. 2.50 me costó. Había uno de 3 soles pero venía en pan ciabatta y era muy grande para andarlo comiendo delante de mis alumnos. Supongo que yo también tomé una decisión al escogerlo pero no lo había pensado hasta que él lo dijo. Finalmente parece decidirse y sonríe como si acabara de resolver una paradoja. ¡TOMA TIEMPO! me dice y se va todo contento con su desayuno. Yo termino de preparar mi café y me voy también a comer el mío. Pero entonces mi sánguche ya no me sabe a sánguche sino a teorema de pollo deshilachado. Y el café es una paradoja de la amargura. Y el sillón en el que me siento a beberlo es un acolchado signo de interrogación. Así que me paro y me voy a caminar por la universidad. Pero ahora cada paso que doy me parece un camino posible, otros encuentros, otro tiempo. Así que pienso: si escoger un sánguche implica una decisión, qué pasará cuando en un rato tenga que escoger la forma en que daré mi clase o la nota con la que condenaré a mis alumnos a la bica y posiblemente a otro futuro. ¿Que calles escogeré hoy al volver a casa en mi bici? ¿Iré el viernes a ese reencuentro con mis amigas del colegio? ¿Qué nombre le pondré a mi nuevo libro? ¿Llamaré hoy a mi mamá? Mis pasos se hacen cada vez más lentos y pesados, me voy encorvando, endureciendo, atemporalizando. Por fin llego a una banquita donde apoyo el culo totalmente petrificado. Y así me quedo. Una de mis manos me sostiene la barbilla. La otra se aferra a los restos de un sánguche de pollo que ya no sabré cómo terminar.

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