lunes, 10 de diciembre de 2018

Rick and Tolstói

Han empezado mis vacaciones y las tardes se me van entre una novela de Tolstói y la última temporada de Rick and Morty. Salto de una ficción a otra como quien unta mantequilla por un lado del pan y mermelada por el otro. Me sorprende que a mi cerebro tan ahumado por el canabis y los exámenes de mis alumnos no le cueste aceptar la verosimilitud de tramas tan disparejas. Resurrección, la última novela que León -peleador sin ley- Tolstoi publicaría en vida, vio la luz en el Imperio Ruso hace 120 años. La tercera temporada de Rick and Morty la subieron a Netflix hace unas semanas. Resurreción cuenta la vida del Príncipe Dmitri Ivánovich Nejliúdov que un día, al participar de un juicio como jurado, descubre entre las acusadas de homicidio a su primer amor, Ekaterina Máslova, con la que alguna vez tuvo un choque y fuga y a la que luego abandonó a su suerte. Nejliúdov comprende inmediatamente que toda la catástrofe de la vida de Máslova ha sido culpa suya y decide reparar el daño hecho. En la serie animada, el científico Rick Sanchez se convierte a sí mismo en un pepinillo encurtido para evitar ir a terapia con Morty y el resto de la familia. Lo logra pero cae a un desagüe y tiene que lamerle el cerebro a una cucaracha voladora para poder desplazarse ya que como es un pepinillo, no tiene extremidades. Al rato ya se ha convertido en una rata biónica que se infiltra en una agencia de seguridad del estado y con la ayuda de un prisionero de guerra llamado Jaguar, aniquilan a todos los agentes y escapan. Es el mejor capítulo de la temporada. Sobre la novela de Tolstói no podría decir si es la mejor porque Ana Karenina y La muerte de Ivan Ilich y La sonata a Kreutzer también me dejaron locazo. Diré lo mismo que en Kill Bill decían de los sables de Hattori Hanzo: "Si vas a comparar una novela de Tolstói con otra, tienes que compararla con todas las otras novelas que no hayan sido escritas por León Tolstói". De todas formas, empecé a escribir esto porque estoy maravillado con la predisposición de nuestros cerebros a aceptar la ficción. No importa qué tan absurda sea, si las leyes de la arquitrama o antitrama propuestas están bien construidas aceptamos la matrix. Escribo también porque hace tiempo que no lo hacía y cuando tengo mucho tiempo libre me pongo a hacer huevadas. Por ejemplo, he llenado la puerta de mi baño de stickers de memes, por ambos lados. Mi amigo Gonzalo vino y se horrorizó. Dijo que no puedo ver una pared vacía porque ya quiero ponerle un póster o un sticker. Por ejemplo creo que ahora voy a poner dos pósters grandazos en mi cuarto. Uno de Lev Tolstói y otro de Rick Sanchez, para recordarme a lo que me dedico. Para recordarme que no importa si inventamos a un príncipe ruso que busca la redención de su alma o a un Pickle Rick con cuerpo de rata mutante que no quiere ir a terapia. Si un escritor consigue que alguien siga su historia hasta el final ya tiene un razón para escribir.

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