jueves, 6 de marzo de 2014

el fin de la tesis

Mi primo Lucho, que ha pasado los últimos 9 meses sentado 12 horas diarias frente a su laptop sin bañarse, ni juerguearse, ni pajearse, acaba de decir las 6 hermosas palabras que tanto esperábamos: "oe, creo que ya la acabé". Se refiere a su tesis. Yo, que estoy jugando GTA metiendo harta bala a la tombería, dejo el teclado y me paro de la silla. ¡No jodas! le digo, NO JODAS. Nunca he visto a nadie acabar su tesis. Por supuesto que sé de gente que las termina, pero siempre es el amigo de un amigo. Una puta leyenda urbana. Ahora que tengo uno de estos especímenes delante no sé cómo reaccionar. Casi me da ganas de prenderle fuego. Su hermano menor, el rockero de la familia que también ha llegado de Trujillo para estudiar mecatrónica en la cato, viene corriendo desde el cuarto. ¿En serio ya la acabaste? Lucho dice: Vamos por unas chelas, carajo. Su hermano le responde: mejor báñate que apestas. Lo miramos. Lucho luce como una versión adolescente de Jack Torrance: barbón, ojeroso, desquiciado. Es como si se hubiese inoculado la tesis y se le estuvieran chorreando todas las citas y los pie de páginas por los ojos. Su hermano y yo nos sentamos a ver cómo recoge las decenas y decenas de libros de filosofía del derecho con los que invadió todas las sillas de la sala. Los va guardando en su librero junto a la escultura de los burritos cacheros que le trajimos de Catacaos para ver si se inspiraba. Esta noche parte hacia Trujillo para inscribirla en su universidad y que le den la fecha de sustentación. Hay un ambiente de relajo en el hogar. Mientras lo veo dar vueltas por el pasadizo, la sala y el cuarto, casi extraviado, reconociendo el lugar que habita como si lo viera por primera vez, me pregunto: ¿Qué irá a hacer ahora este pendejo con esas 12 horas libres? Aquella obsesión casi sexual que tenía con su tesis tendrá que ser canalizada. Pero ¿en qué? ¿alcohol? ¿mujeres? ¿deportes? ¿trabajo? Ni cagando. Mi primo chupa pero no se emborracha, ha jurado no volverse a enamorar, no corre ni a la panadería y odia las oficinas casi tanto como yo. Solo queda una posibilidad: asesinarme. Todas esas cáscaras de plátano con las que le pegué en la cabeza mientras él tipeaba su obra cumbre, la mandarina que le exprimí sobre el cerebro, los fosforitos encendidos que lanzaba sobre su escritorio, las veces que le ponía una batea encima y mis incesantes prácticas de box y karate alrededor suyo, están volviendo a su memoria. Lo sé. A mis espaldas siento el carril de su impresora terminando de materializar el engendro. Cuando por fin termina, escucho cómo mi primo recoge todo ese montón de hojas y las empareja contra el escritorio. Entonces estalla en mí una risa nerviosa. Le digo que no pasa nada. Pero es innegable la epifanía: en todas esas hojas bond, tal como en la novela de Jack, hay solo una frase repetida. Una sola frase de locura y de muerte. Y es cuando de pronto comprendo que esta noche voy a ser perseguido a hachazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo pienso que terminar una tesis es como parir. Entonces, postular la hipótesis sería el momento exacto en que quedas preñado. El momento en que validan tu proyecto de tesis sería como ver las rayitas en la prueba de embarazo. El resto del tiempo es cuidar del embarazo para que luego no te entren ganas de arrojar al neonato desde el barranco del Taigeto. Hay que tener constancia, hay que tener disciplina, como diría Ted Kramer. Me imagino, por ejemplo, a mi madre haciendo muecas horribles mientras tomaba su jarabe de hierro y terminando de pasarlo con la sonrisa de quien hace el bien o las veces que se quedaba insomne porque me entraban ganas de jugar al ninja a la una de la mañana. Sin duda, deben ser casi las mismas muecas que yo hice cuando comía sudado o grated de anchoveta para nutrir a mis sesos. El mismo desvelo sólo porque el niño-idea de pronto quería mostrarme algo impostergable. El mismo cansancio hacia la mitad, la costumbre hacia el final, la dificultad para hacer cosas elementales como bañarte o comer a tus horas porque el niño está cada vez más grande y requiere que estés más pendiente de él. Su presentación en público, hermoso para ti aunque no tan perfecto para muchos. Tú, devastado; pero con una sonrisa que ni el Guasón. El goce del puerperio y luego casi avizorarlo con su marinerito, en brazos de los jurados que será como buscar la bendición de el Dalai Lama para el niño que gestaste con devoción durante todo ese tiempo.