sábado, 4 de noviembre de 2017

Desafinados



El otro día fui a la casa de mi pata el Couch y de entrada nomás vi sus 2 guitarras -la acústica y la eléctrica- bien plantadas en plena sala. Le dije: oe Couch, ctm, las incautas que entran a tu jato deben alucinar que eres Jimmy Page. El Couch se cagó de risa porque ese pendejo a las justas se sabe Puerto Montt de Los Iracundos que solo pone LA menor en toda la canción xD. Ese noche también cayó mi pata Marco que es un adicto al rock clásico pero que sabe tanto de solos de guitarra como un Tiranosaurius Rex sabe pelar mandarinas. Recuerdo que cuando estábamos en la universidad Marco decía que de viejo se compraría una Gibson Les Paul y la pondría en una vitrina en su sala, solo para mirarla. Yo también tuve mi fase "guitarra eléctrica". Fue lo primero que me compré cuando dejé de ser pobre: una Fender Squier con todo y su amplificador. Pobre Fender. No debe haber cosa más triste para una guitarra eléctrica que su dueño la saque de su estuche una vez al mes para ponerse a tocar lentos de Sui Generis. Hace dos años la liberé. Se la regalé a mi ahijado el pequeño Nicolás para que algún día funde su banda a lo Sing Street. Solo me he quedado con la acústica y esta colección de uñas que tampoco uso pero que amo. La de Bowie me la trajo Karen de Europa. Una guitarra acústica es suficiente para las noches de borrachera en casa y para los días en que amanezo emo, como hoy que me la he pasado tocando I've just seen a face toda la mañana. Es mi canción favorita del disco Help! Y nada. Solo un minuto de silencio por todas esas hermosas y salvajes guitarras que cayeron en manos de ineptos musicales como el Couch, Marco y yo. Porque como dijo Tom Jobim: en el pecho de los desafinados también late un corazón.

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