lunes, 12 de marzo de 2018

Guabas

Acá en Lima les dicen pacaes pero en Talara, donde yo las conocí, les decíamos guabas y al salir del colegio, hambrientos y locos, las bajábamos de los árboles a pedradas o saltando hasta prendernos de una de ellas como monos. La corteza de la vaina es de un verde tipo sapito de estanque y está recubierta por un invisible pelusilla que parece insinuar que algo jugoso se esconde adentro. Para abrirlas bastaba con estrujarlas como quien exprime una camiseta recién lavada, y entonces aparecía esa camada de diminutos osos polares que dormían apretados unos contra otros. Bastaba meterse uno a la boca para que el sol que nos calcinaba desde la suela de los zapatos hasta la punta del pelo se fuera a joder a otra parte. Qué sabor tan bueno. Qué sensación de primer beso. Al final solo quedaba sobre la lengua una pepita negra como el ónix. Si tenías suerte, te tocaba una que ya estaba germinando y bastaba con que la pusieras sobre un poco de tierra fértil para soñar con tu própio árbol en casa. Compartir una guaba -este algodoncito para ti y este para mí- es una de las actividades románticas favoritas de los talareños, que se las comen sentados al pie de un árbol mientras sueñan que el amor es también una vaina verde bajo la cual se puede estar apretadito y fresco, a salvo del sol y de la gente.


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