domingo, 15 de abril de 2012

los perros hambrientos


Cuando era un niño y vivía en Trujillo, mis papás me matricularon en un nido-jardín que tenía el nombre de un escritor peruano. Yo no sabía que algún día yo también querría ser escritor como aquel señor. De hecho, ni siquiera sabía que algún día tendría que ser otro cosa que no fuera un niño, así que el nombre de "Ciro Alegría" era, para mí, solo un par de palabras que me olían a crayolas y plastilina. Era un buen lugar aquel nido-jardín. Nos ponían títeres en el recreo y otras veces nos llevaban a pasear al parque para lo cual teníamos que caminar tomados de las manos. Nuestros uniformes eran unos mandiles blancos como los que ponen a los locos, aunque por aquel entonces yo todavía no sabía que existían los locos. En el recreo comía huevos pasados o gajos de naranja y al mediodía venía la movilidad y me llevaba de regreso a casa. Nunca, durante todo ese tiempo, supe quién era Ciro Alegría.

Casi treinta años después he comprado un libro suyo: “Los perros hambrientos”. Lo he comprado ayer; y la única razón por la que lo he escogido de entre toda la pila de libros viejos llenos de ácaros, es porque tenía la palabra “perros” en el título. Por eso y porque costaba tres soles. También compré una antología de cuentos de Cortázar llamada “Una flor amarilla” que tenía una portada horrible como de novela policial. Dado que ver cosas como esa me puede llevar a un estado de incomodidad capaz de perturbar mi lectura, pasé por el mercadito y compré un pote de témpera blanca. Al llegar a casa extendí un periódico sobre mi cama y comencé a cubrir de témpera blanca la portada de ambos libros. Luego los coloqué sobre el borde de mi ventana donde el sol les pegaba directamente. Antes de que se secara la témpera, coloqué sobre la portada del libro de Cortázar una flor amarilla que había arrancado de un jardín vecino; y sobre el libro de Ciro Alegría, coloqué la silueta de dos perros que recorté de una foto en blanco y negro.

Cuando la témpera secó, forré ambos libros con vinifan y eché a mi cama a leer. Empecé por los tres primeros cuentos del libro de Cortázar: Una flor amarilla, Final de juego y Los venenos. Como el resto de cuentos ya los conocía, tomé “Los perros hambrientos” de Ciro Alegría. Al igual que me pasó con “Música para camaleones” de Truman Capote, cuyo título yo siempre creí era una metáfora y no una alusión directa a los reptiles que cambian de color y que al parecer disfrutan del sonido del piano, también creí que en este caso el título “Los perros hambrientos” aludía a otros seres, como sucede en “Los gallinazos sin plumas” de Ribeyro donde en realidad se cuenta la historia de dos niños que viven recogiendo comida de los basurales como hacen los gallinazos. Grata sorpresa descubrir que en este libro sí habían perros, pues Ciro Alegría cuenta la historia de una familia de campesinos de la puna a través de la vida de sus perros ovejeros: Wanka, Zambo, Güeso y Pellejo.

Últimamente leo muchos libros que me sacuden el cerebro pero hace mucho que no leía uno que me tocara el corazón. Debo confesar que no soy muy adepto a la literatura indigenista pero en este caso y pese a que todo el libro huele a maíz y ovejas y no hay un solo atisbo de ciudad en ninguno de sus capítulos, la historia me ha conquistado por completo. De hecho, pasará a ser una de mis novelas favoritas de la literatura peruana y será, además, el primer libro que reseñe en el Diario de libros Moleskine que me acaba de regalar Karen.

Ayer durante el matrimonio de Mane (al cual no había podido llevar “Los perros hambrientos” porque no me entraban en el bolsillo del terno) conversaba con el novio de una amiga que me contaba como sus lecturas llevaban un estricto orden histórico que a mí me parecía imposible. Él, según me dijo, había empezado leyendo El Amadis de Gaula y Tirante el Blanco (que me aseguró además eran las novelas favoritas de Vargas Llosa y García Márquez respectivamente), para seguir con El Quijote e ir avanzando así ordenadamente, siglo tras siglo, hasta llegar a Cortázar e Italo Calvino que eran sus escritores favoritos.

Nada más difícil para mí que llevar mis lecturas de esa forma. Si decidiera hacerlo, no podría continuar yendo a aquellas tiendecitas de libros viejos donde escojo libros como frutas, por su textura y color. Sé que a algunos les parecerá que “Los perros hambrientos” es una lectura tardía a mi edad, pues muchos leyeron aquella novela durante los años de colegio. Y es mucho más grave en mi caso, pues nací en La Libertad como Ciro Alegría y aprendí a leer en un nido-jardín que llevaba su nombre. Pero creo que prefiero este desorden cultural en mi vida y saber que tal vez los mejores libros que debí haber leído hace mucho tiempo, aún esperan por mí.


reseña del libro en mi moleskine book journal

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estuviera de pie delante de vos con una flor amarilla en la mano".

J.C.

Imberbe_Muchacho dijo...

Lee LOS RIOS PROFUNDOS, es buena tambien. Mas compleja incluso

Anónimo dijo...

ciro alegria es uno de mis favoritos. te recomiendo sus cuentos. una pregunta. ¿donde consigo un diario de libros como ese? me interesa un monton.
krlos_f15@hotmail.com

Paco Castillo dijo...

Está claro que los perros hambrientos ha tocado la fibra sensible de muchos lectores,no importa si son peruanos,españoles o coreanos, el lenguaje de un libro memorable es universal.Saludos Pierre.