lunes, 5 de octubre de 2015

Cuántos cantos tiene la Ilíada

Mi profesor de literatura en el colegio era un viejito amable y de modales antiguos llamado Ricardo Gaona. Lo recuerdo con su impecable traje de color beige y recuerdo también la emoción con que nos recitaba fragmentos de La Ilíada mientras nosotros mirábamos por la ventana esperando a que sonara el timbre del recreo. No entendíamos ni mierda y tampoco queríamos entender. Sin embargo, había algo en su forma de leer a Homero que me hizo sentir que detrás de esa puerta había algo. Algo que yo no necesitaba en ese momento, pero por lo que algún día volvería. Mis amigos me dijeron que el viejito también podía ponerse locazo y que una vez había agarrado a puñetazos a un malcriado en pleno salón de clases. Al principio no lo creí, pero cuando me dijeron el nombre del malcriado dije: ah pes, ese conchesumare seguro se lo merecía.

Pasé literatura como cualquier otro curso. No recuerdo haberme sacado ningún 20 ni que él me haya augurado futuro alguno como escritor. Me despedí de ese profe como de tantos otros y después de salir del colegio no lo volví a ver más ni a pensar mucho en él. Veinte años después, soy yo quien entra a un salón a dictar una clase de literatura. Es el primer día del ciclo y estoy tomando asistencia cuando veo su nombre en mi lista. Primero se me ocurre que es una coincidencia, así que la dejo pasar. Pero como este chico que lleva su nombre, participa y comenta bastante, le pregunto: Ricardo ¿alguien en tu familia se dedica a la literatura? Me mira un momento, extrañado por la pregunta, y luego responde: Sí, mi abuelo era profesor de literatura en un colegio. ¿Y cómo se llama tu abuelo? pregunto. Se llamaba Ricardo como yo… pero ya murió. Tu abuelo fue mi profesor de literatura, le cuento, un buen profesor. Después no se me ocurre qué más decir así que solo nos miramos. Pero en esos segundos de silencio, mientras el resto del salón nos observa y espera, mi cerebro entra en trompo, como cuando sigues el rastro de una jugada de billar imposible esperando que alguna bola entre a la buchaca. Y finalmente me doy cuenta de que además de estar en un salón de clases, estoy parado en uno de los 3 vértices de un triángulo equilátero espacio-temporal que nos une a mí, a él y a su abuelo. Y de pronto siento que su abuelo va a aparecer en el salón como cuando en los Thundercats Yaga venía desde el más allá a aconsejar a Leon-o. Y pienso que yo soy Leon-o. Y que su abuelo va a venir todo azul al salón y me va a preguntar delante de mis alumnos cuántos cantos tiene la Ilíada. Y como no voy a saber ni mierda, me va a agarrar a tabazos cósmicos y me van a botar de mi chamba y después todos mis alumnos van a seguir contando esta historia y alguien va a decir: ah pes, ese conchesumare seguro se lo merecía.