jueves, 4 de mayo de 2017

Y si acaso no brillara el sol

Tuve un profe de literatura que me dijo: “Nunca escribas historias tristes cuando estés triste. Cuando estés triste intenta con el humor y deja a la tristeza reptar en paz. El dragón de Komodo muerde a su presa y sigue el rastro de la herida durante días. La tristeza irá por ti. No la busques”. Así que cuando me pidieron 4000 caracteres sobre la nostalgia, y yo andaba como un cubo de Rubik al que han quitado todos los stickers, me dije: “Vamos a esperar, vamos a recostarnos sobre esta roca caliente”. Y esperé junto a mi planta carnívora. Aprendí de ella la paciencia. Esperé hasta que nos alcanzó la noche del domingo. La noche del domingo no es un dragón de Komodo. La noche del domingo es el Godzilla de la nostalgia. ¿Podríamos pensar en una hora de la semana menos pendeja para escuchar a Coltrane tocar My one and only love? Y ayer nomás estaba en el matrimonio de dos amigas. Mi primera boda lesbiana. Me sentía como en ese capítulo de Seinfeld en el que Elaine va a una boda leca y dice: “Yo no soy lesbiana, odio a los hombres pero no soy lesbiana” ¿No es bello cuando los actos cotidianos coinciden con escenas de nuestros sitcoms favoritos? No se le puede pedir más a la vida. En la fiesta estoy tirado en un comodísimo sillón blanco mientras todas mis amigas bailan. Me recuesto, miro hacia arriba y descubro los globos. Decenas de globos de colores colgando del toldo árabe. Y me digo: “Esto es. Así tiene que empezar mi historia”. Fui y le pedí un gintonic al barman. Le puso una rodaja de pepinillo y una estrella de anís y yo volví a mi mueble. Nunca se empieza a escribir delante de la hoja en blanco. La hoja en blanco huele tu miedo igual que las chicas. En cambio si te le acercas con un gintonic en la mano dice: “Bueno, este ya viene puesto, si lo destrozo igual le queda su gintonic“. Como decía Hemingway: “Escribe borracho, edita sobrio”. Pero nunca te revientes el cerebro de un escopetazo como él. Uno empieza a escribir mientras se ata los zapatos, al despertar de una pesadilla, cuando cruzas un puente y no ves el final de tu ciudad. Sentarte a tipear las palabras es un mero acto burocrático. Pero volviendo a lo de los globos, recordé que estaba yo en otra fiesta en un club campestre, como 10 años atrás. Nos había dado la noche y bailábamos sobre el césped apenas iluminado por unos farolitos lejanos. Entonces alguien recogió todos los globos de helio que habían quedado de la fiesta. Tenía por lo menos dos docenas de globos atrapados. Los sostenía emocionado como si fueran pájaros exóticos. Vino corriendo y cuando estuvo en medio de nosotros los liberó. La velocidad de ascenso de un globo inflado con helio tiene la aceleración exacta para que creas que puedes detenerlo. Pero no puedes. Allí estábamos todos con la cabeza vuelta hacia el firmamento gritando: “¡Ohhhhhh!” Los globos subían como espermatozoides buscando la luna. Yo me quedé mirando el cielo incluso después de que la noche se había tragado al último. Fue una de las pocas veces en que se me salieron las lágrimas por algo tan tonto. Pero no era tonto. Ese día en la boda me di cuenta. Un globo es el resumen de todo lo que hemos perdido. Porque un globo no es más que un retazo muy pequeño de plástico. El resto le pertenece a la atmósfera. Todo lo que tú crees que es el globo, no es el globo. Es el cielo. Y por eso escapa de ti. Adoro todo lo que no es mío. Tú por ejemplo. Blanca Varela. Cuando tenía 23 años me fui a vivir a Río de Janeiro. Antes de irme un amigo me dijo: “Oye, ¿sabes que en Brasil hay una palabra que no se puede traducir a otro idioma? Saudade, loco”. La saudade es la alegría de estar triste. “Fuera mierda”, le dije. Pero cuando llegué a Río lo entendí. Hasta la lluvia te hacía feliz. Daban ganas de empaparse de todo lo que cayera del cielo porque al fin y al cabo había bossa nova para curarlo. Pienso en los globos que se van como todas las escenas finales de tus películas favoritas. Ahora reemplaza las películas por los momentos de tu vida en que perdiste a alguien. Trata de que no se te desdibuje la sonrisa.


*este texto apareció en el 6to número de la Revista MOT y lo ilustró Karina Huertas

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