viernes, 13 de abril de 2018

Un oso tierroso y el ratatatata del amor

Ya, mira, te voy a contar una historia. No sé si vaya a quedarme buena porque las historias que escribo de madrugada las escribo en modo gremlin, o sea que me quedan -o medio cojudas como Gizmo o ya muy berracas como la Gremlin Hembra- pero al menos puedo prometerte que será honesta. El sueño no me deja mentir. Así que ahí voy. El otro día iba pedaleando mi bici por Aviación cuando el shuffle me soltó Ordinary World de Duran Duran. El shuffle para la música, se me ocurrió en ese momento, debe haber sido como la llegada de la metralleta al mundo de la pólvora. Antes uno le apuntaba a algo, ya sabes, tenías un objetivo y ¡bang! le dabas. Con el shuffle y la metralleta ya es más como ratatatatatata y vamos a ver qué chucha cae. Los tiempos modernos que le dicen. Media babosa mi comparación pero en todo caso te decía que voy pedaleando cuando el shuffle me suelta Ordinary World y yo recuerdo esto:

Mi primera novia, la primera chica que me besó cuando yo ya me había resignado a que el año 2000 llegara con su meteorito de mierda pero sin alguien que me quisiera, me regaló, además de mi primer beso, un cassette. Llevábamos una semana juntos y yo estaba más feliz que Drew Barrymore al final de Jamás besada. Una noche ella bajó a mi cuarto y me dio el cassette. Era un compilado de esos que armábamos en los 90's, con el nombre de las canciones escrito con lapicero azul en la etiqueta. Me contó que cuando estaba en el colegio un amigo se lo había regalado y que ahora quería dármelo. Luego se fue a dormir y yo me quedé oyendo el cassette. Todas las canciones eran baladas románticas así que imaginé que aquel chico había estado templadazo de mi novia. No recuerdo la lista completa pero estaban dos canciones que yo nunca había oído: Every rose has its thorn de Poison y Ordinary World de Duran Duran. Ahora, cada vez que las escucho me acuerdo de mi primera chica y de cómo se sentían sus besos bajo la sombra de los álamos y las buganvilias.

Ya, pero mira, la verdad es que ayer fue diferente. Ayer en quien me quedé pensando no fue tanto en ella sino en su amigo. Ese chico de 15 años que una noche, probablemente con el corazón hecho una tortilla, compiló ese cassette soñando con que alguna de las canciones activara en ella el mecanismo del deseo. ¿Qué hubiera pensado él -me pregunté- si alguien le hubiese mostrado el futuro en una bola de cristal y hubiese visto su cassette pasando de sus manos a las mías? Si hubiera comprendido que con esa música no iba a conquistarla pero que su regalo iba a ser importante para un tipo que 20 años después todavía recuerda sus baladas y se sienta en la madrugada a escribir una historia.

Esto además me hizo pensar en otra cosa que me permitió triangular mi reflexión: los libros viejos que compramos en Camaná y que traen dedicatorias ajenas. Por ejemplo el que estoy leyendo ahorita, Crimen y Castigo de Dostoievski, lo compré por 15 soles en Amazonas y al abrirlo vi que alguna vez fue un regalo para un chico que el 2004 cumplía 20 años. La dedicatoria es larga y cariñosa, al parecer de una tía que siempre le regalaba libros. Ahora ese chico ya debe andar por los 34 ¿Por qué se habrá deshecho de Crimen y castigo? A lo mejor se quedó misiazo como Raskolnikov y para no salir a repartir hachazos vendió todos sus libros. A lo mejor no le gustaban las novelas psicológicas (como mis alumnos que dicen que no les gusta El guardián entre el centeno porque Holden “piensa mucho” Csm, pásame la correa) Quién sabe. La vaina es que ahora ese libro llegó a mi casa y me está trastornando, tal vez hasta cambiando mi forma de escribir. Y todo porque alguien hizo un regalo que otra persona no conservó. Mira, tengo miedo de que mi historia se convierta en una moraleja así que voy a dar un giro dramático y te voy a contar la historia del Oso Tierroso, que también viene al caso, ya vas a ver.

El oso tierroso era un oso de peluche gigante, de esos que pesan como 100 kilos y que mi amigo Fer compró para su novia. Entonces él tenía 19 años y no andaba sobrado de plata, pero pidió prestado, empeñó hasta su carné de medio pasaje y se llevó al oso gigante sacando la cabeza por la ventana del taxi. Fue hasta La Molina y lo dejó en el cuarto de Susy. Más tarde llegó ella y vio al oso. Siempre he querido ver la cara de una chica cuando recibe uno de esos osos gigantes. Yo nunca lo sabré porque yo a ti no te voy a regalar esas pendejadas, estás advertida. ¿Qué se puede hacer además con un oso de peluche gigante? Es decir, fácil al verlo te le lanzas encima y lo abrazas. Las semanas siguientes lo miras con cariño, hasta que un día le tiras un polo encima de la trompa, luego un calzón. Al rato con tanta ropa ya no se le ve ni la cara. Un día ocupa demasiado espacio y sale expatriado del cuarto. Acaba en el depósito o en el patio como cama pal perro. Y mira, eso fue exactamente lo que le pasó al oso de Fer. Lo descubrimos en una fiesta que hizo Susy en su casa poco tiempo después. Estábamos chupando con toda la mancha cuando Carloncho vio algo que le llamó la atención. Oe Fer, le dijo mientras señalaba un bulto peludo en un rincón del patio ¿Ese no es tu oso? Fer miró de reojo y dijo: Nooo, mi oso debe estar en el cuarto de Su. Pero luego volteó de nuevo como diciendo tas weón, le dio un lento sorbo a su chela, Susy puso cara de pánico y de pronto vimos cómo Fer se ponía de pie y caminaba asustado hasta el rincón. Ahí estaba el oso, destripado y enterrado, le faltaba un ojo que Ramón, el cocker de Susy, le había arrancado a mordiscos. Fer cargó a su oso con ambos brazos y vino hasta nosotros. Parecía una escena de Rescatando al soldado Ryan, csm. MI OSOOOOOO!!! gritó. Y Carloncho le dijo: No, weón, ya no es tu oso, ahora se llama TierrOso. xDDD. Ptmre.

Bueno, ahora Fer ya no tiene 19 sino 39 pero ¿saben qué? Susy todavía es su chica. Son una de las poquísimas parejas de aquel tiempo que sobrevivió. Tienen 3 hijitos y cuando los veo, todavía me parecen Kevin y Winnie en los primeros capítulos de Los años maravillosos, aunque hayan dejado un oso destripado en el camino. Creo que ya estoy abusando de vuestra paciencia así que voy a terminar de una vez esta jodida historia.

Quiero que recuerdes el regalo más bonito que hiciste alguna vez. Y quiero que recuerdes el regalo más bonito que te hicieron a ti ¿dónde carajo están? ¿dónde los tienes guardados? ¿o dónde diablos los perdiste? Ese retrato en el que hasta pareces guapo (y tú no eres guapo), ese libro que tanto querías, ese disco que ya no oyes, ese llavero de tu personaje favorito, esa foto de cuando ella era chiquita, ese gremlin en drogas, esa pitita que amarraste a tu muñeca, esa taza en la que te tomaste 34 cafés y que luego se rompió, ese maldito osito de peluche de Taiwán. Tanta bala perdida. El impulso que nos lleva a darle algo a la persona que amamos termina siendo también como una metralleta que no siempre golpea el blanco. El shuffle del amor. Pero ¿sabes? siempre ese cariño llega a algún lugar. Alguien oye esas canciones, alguien más lee ese libro, alguien recoge ese juguete y lo pone en su escritorio o se lo da a su bebé. Porque así como las minas destrozan a niños después de las guerras, el amor -como dijo Lord Byron- va a encontrar su camino, incluso a través de senderos por donde los lobos temen ir a cazar.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola. Cuando estaba en primaria encontré una revista "Selecciones" que dice por todas partes "Heidy, te amo". Ese "te amo" es letra de alguien enamorado. La a se acurruca en ella misma la eme se contorsiona de placer y la o se retuerce con un gemido. Nunca he podido a imaginar a Heidy por mucho que trato.