lunes, 3 de noviembre de 2014

el hígado encebollado de mi vieja

A estas horas y después de un largo día de trabajo me acabo de cocinar un suculento hígado encebollado como los que hacía mi vieja para el desayuno allá en Talara. No lo preparaba todos los días, ni que fuéramos gallinazos. Pero una vez por semana para emocionar el buche. En provincias el amor se demuestra con alimento. Por eso fui un niño redondo. Me querían mucho. A mi hermana también le gustaba el hígado encebollado excepto por el hígado. Que rico, decía la pendeja y se llenaba el pan de cebollas, tomates y ajíes. Mis papás se separaron cuando yo era niño así que casi no tengo recuerdos de estar todos juntos, salvo por esas mañanas talareñas desayunando hígado encebollado. Cuando quedaba un último pedazo en la fuente, mi viejo agarraba un pedazo de pan francés, le metía el hígado dentro con un poco de cebollitas y me lo daba. Todos nos reíamos y ahí llegaba la movilidad y salíamos disparados al colegio. En algún momento mi vieja me enseñó a picar cebollas y tomates. Me enseñó cómo se le pone la sal a la carne. Han pasado más de 20 años. El hígado encebollado me sigue sabiendo a calor de hogar.

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