viernes, 27 de marzo de 2015

Micòl Finzi Contini y otras chicas de las que nos hemos enamorado leyendo un libro

Recuerdo que hace 10 años, en la última clase que tuvimos en la escuela de escritura creativa de la cato, Iván y Alonso nos pasaron una lista de novelas imprescindibles. Una a una, nos fueron explicando porqué eran importantes o nos contaban alguna anécdota sobre sus autores. Nunca olvidaré que cuando llegamos a la literatura italiana, Iván nos recomendó que leyéramos El jardín de los Finzi Contini de Giorgio Bassani, pero que NO se nos ocurriera enamorarnos de Micòl Finzi Contini porque era su novia. xD

Hace poco encontré la lista de novelas y ahí estaba mi anotación con lapicero azul "No enamorarse de Micòl porque es la novia de Iván". Csmre. El libro lo compré hace varios años pero hasta hace una semana todavía no lo había leído. Lo he terminado esta mañana de lluvia. Los libros a veces son como frutos verdes que metes a tu librero esperando a que les llegue el mejor día para ser devorados. Mis tías hacían lo mismo con las papayas o las paltas duras, las envolvían en periódico y las dejaban sobre la refri como gigantescas orugas. Entonces un día soltaban el nuevo aroma y al abrir las arrugadas hojas del periódico, las encontrabas con colores palpitantes que te decían: ya estoy, cómeme. ¿No pasa lo mismo con los libros? Cuando me acerco a mi librero tengo la impresión de que algunos me gritan: ¡Ahora me toca a mí! ¡A mí! Y otros que me dicen: Yo estaré bueno para el invierno. Y otros: A mí llévame a tu próximo viaje. O bien: Todavía eres joven para entenderme. O peor: Debiste leerme a los 16, cretino, ahora solo te voy a aburrir.

Debe ser también por eso que me gusta ir a Amazonas y a Quilca a comprar libros viejos, pues esos libros no solo hablan de sí mismos sino que parecen contarte también de las mesas de noche en las que estuvieron, las caminatas de quién acompañaron, a quién le removieron el cerebro y quién fue el hijodeputa que los metió a una caja y los remató por un sol el kilo.

El ejemplar que conseguí de El jardín de los Finzi Contini ha envejecido con dignidad. Tiene las hojas de un buen tono de amarillo y adentro encontré la viejísima boleta de compra tipeada en máquina de escribir. Dice: Librería La familia. Precio: S/.80.00 (los soles antiguos que usábamos antes de la llegada de los intis en el 85)

Bueno, anteayer agarré la novela y, recordando la advertencia de Iván, empecé a leerla con muchos nervios, como si estuviese asomándome indiscretamente al cuarto de su novia Micòl y fuese a sorprenderla calata mientras se cambiaba la ropa.

Micòl aparece desde las primeras páginas cuando es apenas una niña de cabellos rubios y ojos claros. Casi inmediatamente se convierte en el amor platónico del narrador que se pasa el resto de la novela en la friendzone. Micòl es sin duda encantadora, pero no fue hasta casi el final -cuando ella le explica a él por qué no pueden estar juntos- que comprendí a Iván. El argumento de Micòl era que ambos eran iguales, estaban lado a lado y "el amor era cosa para gente decidida a vencerse uno a otro: un deporte cruel, feroz. ¡Mucho más cruel y feroz que el tenis!, que había que practicar sin excluir los golpes y sin hacer intervenir jamás, para mitigarlo, la bondad de alma ni la honradez de propósitos"

Con eso ya me dejó medio loco, pero cuando líneas después él replica y le pregunta en qué sentido son iguales, fue que morí:

—Has dicho que nosotros somos iguales—dije—. ¿En qué sentido? Claro que sí, claro que sí —exclamó—: en el sentido de que también, lo mismo que ella, carecía de aquel gusto instintivo por las cosas que caracteriza a la gente normal. Lo intuía perfectamente: para mí, no menos que para ella, más que la posesión de las cosas, contaba su recuerdo, ese recuerdo frente al cual toda posesión, en sí, sólo puede parecer decepcionante, trivial e insuficiente. ¡Qué bien me comprendía! Mi ansia de que el presente se convirtiese en seguida en pasado, para poder amarlo y acariciarlo a mi sabor, era también la suya, exactamente. Era nuestro vicio, éste: ir adelante con la cabeza siempre vuelta hacia atrás. ¿No era así?

Oh Micòl, que forma tan bella de mandar a alguien al barranco. Si mis detractoras hubiesen tenido ese arte para chotearme no me hubiese esforzado tanto para encontrar el amor.

Pero envaina la espada, querido Iván, que si bien nunca olvidaré a Micòl Finzi Contini, yo no diría que me he enamorado de tu chica. Mas bien, al cerrar el libro, me he quedado pensando en cuál es mi Micòl y en si alguna vez yo he dicho eso de alguna chica literaria.

Recuerdo que cuando leí Las vírgenes suicidas, moría por ser Trip Fontaine en el momento en que sale todo desmoralizado de la cena en casa de las hermanas Lisbon y se sienta en su carro sin darse cuenta de que Lux sale después, se sube al carro, se le trepa encima, le da un beso malditamente salvaje y se regresa a su casa corriendo dejándole un chicle en la boca (aunque no recuerdo si esto del chicle solo pasa en la película). También estuve loco por la señorita Cora de Cortázar pero luego me he dado cuenta de que en realidad estaba enamorado de la forma en que Pablo estaba enamorado de ella. La Alejandra de Sobre héroes y tumbas me atraía como un precipicio. Y siempre quise morderle los bracitos a la Tere de Manongo en No me esperen en abril. Pero probablemente lo más cercano sea lo que me pasó cuando leí las 1503 páginas de ESO de Stephen King. Durante ese mes en que volví a tener 13 años y fui uno de los chicos de esa pandilla, me enamoré de Beverly Marsh y fui feliz caminando a su lado por las alcantarillas, esperando toparnos con el horror.

Sin embargo, creo que a ninguna de ellas podría llamarla: mi novia. Y me ha dado como nostalgia este agujero. Así que me he ido a caminar por esa parte de mi biblioteca donde tengo los libros que están aún por leer. Les he ido acariciando los lomos con el dedo índice, como preguntando ¿Dónde estás, carajo? ¿Estás en esta novela? ¿En este cuento? Y me ha dado miedo agarrar cualquiera, corriendo el riesgo de posponer nuestro encuentro unos días, unos meses, unos años. Pues, no sé si sea la lluvia o las calles vacías, pero realmente me gustaría encontrarla hoy.


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