jueves, 25 de mayo de 2017
martes, 9 de mayo de 2017
Sangrecita
El 1ro de mayo le vendí mi vieja cocina a mi amiga Regina. Contraté un camión en el mercado de Surquillo y se la llevé hasta su casa en La Victoria. Cuando ya me estaba regresando ella me mandó un mensaje al cel y me dijo que dentro del horno yo había dejado una sartén. ¿Te la has olvidado o viene de yapa? me preguntó. Le dije: Regina, esa es la sartén en la que cocinábamos la sangrecita de nuestras viejas noches literarias, es un regalo para ti. Csmre. Casi la mato de la emoción. Se puso a gritar como demente solo porque le había regalado un trasto que yastaba'chomierda. Pero entendí su alegría. Regina fue parte del primer grupo de chicos con los que me junté a escribir y leer cuentos. Bebíamos vino barato y comíamos chancays sentados en las meadas esquinas de Quilca. Nuestro cuentos no evolucionaron mucho pero nuestra forma de chupar sí. Del vino barato pasamos a la chela y cuando ya nos pusimos burgueses instauramos el mojito como el trago oficial del grupo. Comprábamos ingentes cantidades de yerbabuena y la majábamos con azúcar rubia en un mortero que mi viejo me había traído de Cuba. Por cierto que mi viejo se llama Raúl Castro como el hermano de Fidel y cuando fue a Cuba casi lo dejan puesto y me mandan al otro barbón. La vaina es que con tanto cuento y tanto mojito nos empezó a dar hambre en las madrugadas así que a cierta hora de la noche yo me transformaba en el chef de Southpark, agarraba cualquier huevada que encontraba en mi refri y la tiraba a la sartén. Una noche encontré un paquete de sangrecita de Metro. Le agregué cebollita, tomate y serví. Lo bueno de tener amigos borrachos es que cualquier cosa que les cocinas les sabe rico. Después de la sangrecita, Regina, Miguel Ángel y Ever ya no aceptaron otro plato. Tal vez la sangrecita nos recordaba nuestros viejos tiempos de indigencia o tal vez creíamos en el ritual de beber sangre como una ofrenda a los dioses. No sé. Pero comíamos como salvajes. Poco tiempo después nos fuimos dando cuenta de que más que un grupo literario éramos un grupo de borrachos hambrientos y dramáticos que cantaban canciones de Jacques Brel a las 3 de la mañana y dejamos de frecuentarnos. Pero Regina siguió escribiendo. Durante mucho tiempo entre nosotros había corrido el rumor de que Regina solo había escrito un cuento en su vida que se llamaba "Ni un puto cobre". Pero un tiempo después nos enteramos de que había quedado finalista del Premio Caretas y luego del Premio Copé. Y ninguno de los cuentos era Ni un puto cobre. El día en que le regalé la sartén, Regina me dijo que la sangrecita había potenciado sus poderes literarios y que yo le regalara ahora esa sartén era como si le hubiera heredado el Teseracto de los Avengers. xD Serásss pendeja, le dije. Y nos despedimos. Pero me alegró que le hubiese echado la culpa a la sangrecita de Metro. Me dejó pensando en esto: El talento es una carga muy pesada e intentar pararla de pecho es una locura. Les contaba el otro día a mis alumnos que esto de firmar las obras es una moda nueva, antes las historias pasaban de boca en boca y eran de todos. Los narradores -Cortázar decía que a veces sentía lo mismo- son apenas médiums que transcriben lo que les dictan desde el otro lado. Ahora ¿quién nos dicta desde el otro lado? Quién chucha sabe. Reconozco que el talento requiere persistencia y que entre mojito y mojito también tuvimos madrugadas y madrugadas en las que nos sacamos la mierda frente al teclado escribiendo cuentos malísimos hasta volverlos decentes. Pero me gusta también la idea de que hay un ingrediente de la receta que escapa de nosotros, ya sea la sangrecita de Metro, las canciones de Jacques Brel o este foco rojo que ahora ilumina mi sala. Me gusta la idea de que mis dedos se agiten sobre el teclado como caballos salvajes que no obedecen lo que les dicto. Que a lo mejor yo escribo esta historia porque tú necesitas leerla y no porque yo necesito escribirla. O que leerla te ha gustado porque te agarré con hambre y estás pensando en si vas a encontrar Metro abierto para correr a comprarte un paquete de esa maldita sangrecita.
jueves, 4 de mayo de 2017
Y si acaso no brillara el sol
Tuve un profe de literatura que me dijo: “Nunca escribas historias tristes cuando estés triste. Cuando estés triste intenta con el humor y deja a la tristeza reptar en paz. El dragón de Komodo muerde a su presa y sigue el rastro de la herida durante días. La tristeza irá por ti. No la busques”. Así que cuando me pidieron 4000 caracteres sobre la nostalgia, y yo andaba como un cubo de Rubik al que han quitado todos los stickers, me dije: “Vamos a esperar, vamos a recostarnos sobre esta roca caliente”. Y esperé junto a mi planta carnívora. Aprendí de ella la paciencia. Esperé hasta que nos alcanzó la noche del domingo. La noche del domingo no es un dragón de Komodo. La noche del domingo es el Godzilla de la nostalgia. ¿Podríamos pensar en una hora de la semana menos pendeja para escuchar a Coltrane tocar My one and only love? Y ayer nomás estaba en el matrimonio de dos amigas. Mi primera boda lesbiana. Me sentía como en ese capítulo de Seinfeld en el que Elaine va a una boda leca y dice: “Yo no soy lesbiana, odio a los hombres pero no soy lesbiana” ¿No es bello cuando los actos cotidianos coinciden con escenas de nuestros sitcoms favoritos? No se le puede pedir más a la vida. En la fiesta estoy tirado en un comodísimo sillón blanco mientras todas mis amigas bailan. Me recuesto, miro hacia arriba y descubro los globos. Decenas de globos de colores colgando del toldo árabe. Y me digo: “Esto es. Así tiene que empezar mi historia”. Fui y le pedí un gintonic al barman. Le puso una rodaja de pepinillo y una estrella de anís y yo volví a mi mueble. Nunca se empieza a escribir delante de la hoja en blanco. La hoja en blanco huele tu miedo igual que las chicas. En cambio si te le acercas con un gintonic en la mano dice: “Bueno, este ya viene puesto, si lo destrozo igual le queda su gintonic“. Como decía Hemingway: “Escribe borracho, edita sobrio”. Pero nunca te revientes el cerebro de un escopetazo como él. Uno empieza a escribir mientras se ata los zapatos, al despertar de una pesadilla, cuando cruzas un puente y no ves el final de tu ciudad. Sentarte a tipear las palabras es un mero acto burocrático. Pero volviendo a lo de los globos, recordé que estaba yo en otra fiesta en un club campestre, como 10 años atrás. Nos había dado la noche y bailábamos sobre el césped apenas iluminado por unos farolitos lejanos. Entonces alguien recogió todos los globos de helio que habían quedado de la fiesta. Tenía por lo menos dos docenas de globos atrapados. Los sostenía emocionado como si fueran pájaros exóticos. Vino corriendo y cuando estuvo en medio de nosotros los liberó. La velocidad de ascenso de un globo inflado con helio tiene la aceleración exacta para que creas que puedes detenerlo. Pero no puedes.
Allí estábamos todos con la cabeza vuelta hacia el firmamento gritando: “¡Ohhhhhh!” Los globos subían como espermatozoides buscando la luna. Yo me quedé mirando el cielo incluso después de que la noche se había tragado al último. Fue una de las pocas veces en que se me salieron las lágrimas por algo tan tonto. Pero no era tonto. Ese día en la boda me di cuenta. Un globo es el resumen de todo lo que hemos perdido. Porque un globo no es más que un retazo muy pequeño de plástico. El resto le pertenece a la atmósfera. Todo lo que tú crees que es el globo, no es el globo. Es el cielo. Y por eso escapa de ti. Adoro todo lo que no es mío. Tú por ejemplo. Blanca Varela. Cuando tenía 23 años me fui a vivir a Río de Janeiro. Antes de irme un amigo me dijo: “Oye, ¿sabes que en Brasil hay una palabra que no se puede traducir a otro idioma? Saudade, loco”. La saudade es la alegría de estar triste. “Fuera mierda”, le dije. Pero cuando llegué a Río lo entendí. Hasta la lluvia te hacía feliz. Daban ganas de empaparse de todo lo que cayera del cielo porque al fin y al cabo había bossa nova para curarlo. Pienso en los globos que se van como todas las escenas finales de tus películas favoritas. Ahora reemplaza las películas por los momentos de tu vida en que perdiste a alguien. Trata de que no se te desdibuje la sonrisa.
*este texto apareció en el 6to número de la Revista MOT y lo ilustró Karina Huertas
*este texto apareció en el 6to número de la Revista MOT y lo ilustró Karina Huertas
domingo, 30 de abril de 2017
el fusil del poeta es una rosa
¿Qué hora era? ¿Qué hacíamos ahí? ¿Por qué ese bar siempre nos abduce como una nave nodriza? En el baño me topé con un chico que meaba mientras con la mano libre sostenía una rosa. No era uno de esos raquíticos botones con que los niños pobres coaccionan a los amantes clandestinos. Era una gran rosa roja como robada de un cuento de Oscar Wilde. Al parecer se había negado a dejarla en la mesa y se sostenía de ella igual que un borracho abraza un poste de luz. El chico se desvanecía sobre las mayólicas del baño pero la rosa seguía firme y era casi un fusil que velaba por él como en la canción de Chabuca Granda. ¿Quién se la habría dado? me pregunté. Qué rosa más bonita. Después bajé la vista a mi urinario y vi que el chorro que escapaba de mi cuerpo caía sobre una figurita del álbum de Batman. Adherido al desagüe, Batman discutía con el Guasón bajo la lluvia ácida. ¿Qué tan probables son objetos como una rosa y una figurita de Batman en el baño de un bar? Eso me hizo pensar en algo que escuché el otro día en el programa de Bill Nye que me dijiste que mirara. Un científico dijo que si lanzábamos algo al espacio las probabilidades de que se topara en su camino con un objeto estelar eran casi inexistentes. Dijo que nuestra idea de que el Cosmos está lleno es solo una ilusión -como todas las cosas en las que hemos puesto nuestra confianza-. De pronto levantamos la vista al cielo y nos parece que las estrellas vivieran todas en el mismo barrio. Pero no es verdad. Las distancias entre una y otra son insalvables. Lo mismo que pasa algunas noches con la gente en un bar. Vas hasta la rocola, te abres paso para pedir una cerveza y tu hombro roza otros hombros. Tu pupila es disparada como un meteorito contra otras pupilas. Y la colisión nunca tiene lugar. Ves a un chico borracho sostener una rosa en el baño del bar. Cambias diez soles para tener monedas para canciones. Estás bailando con la chica que lleva pájaros de colores sobre el vestido. ¿Qué pájaros son? Creo que son faisanes. Quieres tener los ojos abiertos pero los cierras. Quieres decir algo más pero te callas. Las ondas de sonido necesitan de materia para desplazarse. Cuánto te costó comprender eso en el colegio. Comprender que un grito viajaba más rápido a través de una pared que del aire. Ahora atraviesas el resto de la noche en silencio como un cometa. Tu larga cola de ganas te persigue y va lamiendo bocas, ojos, paredes, enchufes, el fondo de los vasos. Tu larga cola de ganas se sube al taxi contigo y se sube al ascensor contigo y al llegar a casa se sube a la cama contigo y te envuelve como una crisálida. Sueñas con ella y con el chico que columpiaba toda su borrachera de una rosa. Sueñas con los pájaros de colores. Sueñas con la selva y el universo. Y antes de que las compuertas de tus ojos terminen de cerrarse, deseas que todos los científicos del mundo estén equivocados. Que todo objeto lanzado hacia la noche colisione con algo AT SOME POINT IN TIME. Porque prefieres la destrucción masiva al interminable viaje en el vacío. Porque siempre te resultó más fácil dormir con ruido que en silencio. Y porque te enseñaron desde pequeño que para que lo bello siga siendo bello debe tener la efímera duración de una canción bailada al pie de una rocola, o de una rosa que parece sostener el corazón de un muchacho para siempre, antes de dejarlo caer al suelo.
jueves, 20 de abril de 2017
Podría nadar
Llevo 20 días viviendo en una cáscara de nuez. La metáfora se la he robado a Hawking que decía lo mismo sobre el Universo. Pero es que la guarida de todo humano -por más pequeña que sea- es un vasto cosmos. Y yo me acabo de mudar. Desde mi ventana veo mi calle que tiene 2 floripondios, un puesto de emolientes y una iglesia adventista del séptimo día. Por ahora mi depa es un agujero negro. Pero estoy tratando con todas mis fuerzas de convertirlo en un Big Bang. Ayer vi una foto del corazón de un agujero negro en el instagram de la NASA. Para que veas que no solo stalkeo tu instagram, ctm. No era negro. Era de colores. Era como si el universo estuviera preparando un jugo surtido. El corazón de mi casa nueva es un foco rojo que compré en Sodimac y que también cambia de colores con un control remoto. Es rojo cuando quiero que la casa parezca un burdel y azul cuando me acuerdo de ese cuento de García Márquez que se llama La luz es como el agua. Gonzalo está enojado porque a él se le ocurrió primero lo de poner un foco rojo en su cuarto. Todavía no entiende que somos como Porcel y Olmedo y debemos permanecer unidos. Salvo por ese foco rojo y mi colchón y mi bella planta carnívora, el depa está vacío. Cuando pongo una canción -digamos la versión larga de Pictures of you- la casa vacía le hace eco y vibra y me devuelve la voz de Robert Smith como una avalancha. Además tengo un vecino que toca la trompeta. Se computa Chet Baker el puta y cuando cae la tarde te suelta la intravenosa de almostblue. Ayer subió mi vecina del 302 a decirme que se debía estar fugando el agua de mi casa porque le estaba empapando las paredes. Yo le dije que no era agua y que todo era culpa del trompetista del 401 así que fuimos a tocarle la puerta y terminamos chupando los 3 juntos hasta que se hizo de noche. No sabes lo que cuesta llenar un depa vacío. Decir aquí va este plato, aquí la celda de los recuerdos, aquí te espera esta almohada. Es como llenar el corazón de un agujero negro. Ya sabes que esas cosas pueden tragar planetas como quien se come una bolita de aguaymanto. Y escribo aguaymanto con cierta emoción porque no sabes lo que tardé en darme cuenta de que era una palabra compuesta. Y de lo bonita que era: Agua y Manto. Decía Luis Hernández: Nunca he sido feliz. Pero, al menos, He perdido varias veces La felicidad. ¿Qué pondré aquí? ¿Dónde puedo esconder este libro? ¿Volveré a ponerme este polo? La guitarra y los libros como boyas salvavidas al pie de la cama. Cierro puertas y ventanas. Digo adiós a los floripondios, los emolientes y los adventistas del séptimo día. Conecto la música. Mi casa nueva se va llenando de canciones como una pecera. Y yo podría nadar, pero prefiero flotar.
miércoles, 12 de abril de 2017
Estoy escribiendo junto a mi ventana cuando veo pasar a un moreno desnudo por mi calle. Ahora vivo en el cuarto piso así que lo veo nítidamente con todos sus músculos y protuberancias. Un gran tatuaje le cubre parte del pecho. La verdad es que no está completamente desnudo. Va en boxers negros. Pero tiene un cuerpo tan bien formado que parece calato aunque no lo esté. El hijodeputa viene de comprar el pan. Trae como 6 panes franceses en una bolsa plástica. La panadera se debe haber quedado loca, preparando baguettes a granel. El negro camina como si para cargar 6 panes franceses se necesitara usar todos los músculos del cuerpo. Yo, que esta mañana me he estado mirando al espejo orgulloso de haber perdido los kilos que me sobraban, ahora me siento desmoralizado. Pasa, pasa, negro ctm. Lo que me recuerda que hace unos días Sam me contó que estaba en un bar chupando con tres amigas y que vieron un moreno tan bonito que cuando él se cambió de bar tuvieron que seguirlo solo para poder seguir mirándolo. Csm. Oe, siempre que veo un negro fornido me acuerdo de esa escena de Gladiador cuando el comprador de esclavos está examinando a uno y le paletea las nalgas para probarlo, como quien tantea si un melón está maduro. Esta mañana desayuné medio melón, por cierto. Ahora mi planta carnívora está en la ventana esperando que caiga algún mosquito. Yo sigo escribiendo, atento a ver qué más pasa por mi calle.
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