miércoles, 16 de mayo de 2012

La noche en que conocí a Alfredo Bryce



La noche en que conocí a Alfredo Bryce, acababa de volver de un ida y vuelta desde Pueblo Libre hasta Monterrico en mi bicicleta, y al llegar a casa, solo quería quedarme en la cama, leyendo un libro de Truman Capote que me esperaba abierto desde la mañana. El invierno había comenzado en Lima la noche anterior, y la neblina se te metía por todo el cuerpo gritándote: quédate en casa, quédate en casa, cúbrete con una sábana, pon la radio y mete un pan con queso al microondas, pero no te atrevas a salir. Y sin embargo, el dolor de las vértebras y del culo violado por el asiento de la bici, nada podían contra mis ganas de ciudad.


Así que fui hasta aquel bar donde mi amigo Daniel presentaba su segundo libro, y puedo decir tantas cosas de Daniel, como que fue la pareja de promoción de mi primera novia, y además, el protagonista (ella me lo contó) de aquella historia donde un carro gigantesco como Atlas te chancaba el pie, Daniel, y tú no decías nada, solo porque la chica que te gustaba te estaba mirando, tan Bryce aquella historia carajo, el viejo de la huevona te estaba chancando el pie con su maldita cuatro por cuatro y tú te creías inmortal, porque todos tenemos un poco de inmortal ante ciertas miradas, y todos tenemos un poco de él,  es por eso debo habérmelo encontrado hoy en tu presentación, Daniel, bebiendo una botella de vino en la barra del bar con un señor de barba blanca que además era el papá de la rosa de lima, la puta que los parió.

 Era la primera vez que lo veía y sentí que mi corazón latía como solo lo he oído latir tres veces en mi vida. ¿Qué carajo iba a decirle? Lo miraba y, al verlo, veía dentro suyo a Manongo, a Julius, a Martín y a Pedro tantas veces, y no podía más que pedir otra Stella Artois de once putos soles que había prometido no gastar. Porque no podía beber una vulgar cuzqueña mientras él se servía de aquella bella botella de un vino carísimo. Así que pedí más Stellas Artois y vino Mayte, que tú, Daniel, habías dicho era la mujer más hermosa del mundo, como para dejarse atropellar el pie toda la vida, vino a contarme que Bryce y aquel señor de barba blanca que era el viejo de la rosa de lima, eran amigos de san marcos y estaban esperando a su papá, que parecía haber desaparecido y me dijo: si quieres hablarle te queda poco tiempo porque seguro ya se van ahorita. Pero yo seguía en la barra del bar, gastando mi presupuesto mensual en cervezas surrealistas y viendo como todos se tomaban fotos con él y le pedían autógrafos, hasta que dije, basta carajo, tengo que decirle algo. Así que me acerqué y le dije: Alfredo, quiero hacerte una pregunta. Y él me miró. Dios, y yo no sé cómo pude seguir hablándole así que le dije: hace unos meses leí tu primer libro de cuentos “Huerto Cerrado”, y hay un cuento que se llama “El camino es así” (que iba a ser el título del libro hasta que Julio Ramón Ribeyro te desahuevó y te dijo que basta de fatalidad y que le pusieras Huerto Cerrado) en que un grupo de escolares hacen un viaje en bicicleta hasta Chaclacayo, y yo quiero hacerlo en mi bici y quiero que tú me digas, si es posible hacerlo, si tú lo hiciste y cuánto te demoraste en hacerlo. Y tú Alfredo, me contestaste como a un hermano, sin pensar en el cuento sino en el chico que era yo y que iba a montarse a su bici y me dijiste: en esa época lo hicimos, eran como cuarenta kilómetros, no sé cuánto será ahora pero creo que puedes hacerlo. Y yo te dije: gracias Alfredo y extendí mi Stella Artois de once soles contra tu millonaria copa de vino y quise creer que era como estar estrechándote la mano.

Y me fui. Y no te dije que no te admiraba como te acababa de decir, sino que te quería, mierda te quiero, hijo de puta. ¿Qué hubiera sido de mi vida sin Martín Romaña? Pero te dije salud y no te dije que te quería abrazar. Ni que mi próximo libro, que está todo lleno de cuentos sobre colegiales, está dedicado a Manongo Sterne. Ni que ojalá fuera yo Tyrone Power cantándole Unforgettable a Tere Mancini o Martín Romaña, el hombre que nunca podrá sacar a bailar a una chica sin soñar una vida entera con ella, corriendo, ni que había ido al manicomio a dibujar en las paredes como en tu cuento o que también había sido Julius jugando en la carroza del abuelo. Porque cuando te dije si era posible hacer aquel maldito viaje de cuarenta kilómetros en bicicleta, lo que en realidad estaba preguntándote era si un hombre puede vivir dentro de un cuento tuyo. Si yo puedo cantar para simpre Unforgettable para Tere, para Manongo, ya sabes, si de verdad puedo yo también ser UNFORGETTABLE?

6 comentarios:

rayden101 dijo...

Pues te diré doc, que lo único que faltó la rosa de lima te hubiera visto a los ojos y tu hubieras observado su reacción pasmado mientras hacía bisqueritas bajo unas gafas surrealistas. Yo no podría haber dormido en el somier si no le hubiera dicho "eres mi ídolo", por lo menos...

Unknown dijo...

y qué hubiese sido de mí sin manongo sterne????? qué paja tu redacción y tu encuentro. yo me encontré con Bryce la semana pasada en La Bombonniere, y no atiné ni a decir hola, pero lo vi :)

Pati Difusa dijo...

No puede ser huevón, yo leí este para empezar el día y ahora tengo un agujerito en el bobo. ¿Cómo haríamos?

Pierre dijo...

la labor de ir haciendo agujeritos a la gente, como quien pica papel con un deshuesador de aceitunas, regina, leamos

dani, creo que yo también estuve a punto de no hablarle, me bastaba verlo ahí bebiendo su copa de vino y saber que existía, que cohabitaba Lima conmigo. era como ver aquel poster de The Truman Show que está formado por ochocientas mil fotitos. Yo miraba a Alfredo pero en realidad veía a todos sus personajes. quería morir

querido rayden, lo más locazo era tener que hablarle a Bryce sabiendo que el papá de la mujer que hace cantar a Sabina estaba allí al lado. Era como ir cayendo de un edificio y que además a alguien se le ocurra prenderte fuego

Anónimo dijo...

Regina, me recordaste a esa tira de Mafalda cuando en plena oscuridad sólo se ven dos ojitos y es Guille que le pregunta a Mafalda que si mañana va a ir al colegio. Ella, también en la oscuridad es solo un par de ojos somnolientos, le dice que sí, que como todos los días "zanahoria" y le pregunta que por qué...y Guille le dice algo así como: "Es que no te has dado cuenta que cuando no te veo se me hace un hueco en el corazón, papa frita" y en la siguiente escena los padres de ellos han prendido la luz y están con cara de WTF parados en la puerta. Mafalda está al pie de la cama de Guille, abrazados llorando a lágrima viva.

Anónimo dijo...

No recuerdo bien la canción, pero había una parte (hablando de lloriqueos) que me estrujaba el corazón como trapeador por no saber la respuesta: "...querido, es increíble que alguien tan inolvidable piense que soy inolvidable yo también..."
Y me ponía a llorar y buscaba el número en el celular, pero nunca presionaba el botón verde.