viernes, 11 de julio de 2014

Niños que se comen a sus mascotas sin saberlo



Les pido a mis alumnos que me cuenten alguna de las desgracias más salvajes de su vida y por 2do ciclo consecutivo, aparecen por lo menos 2 que me cuentan que cuando eran chiquitos tuvieron un pollito o un patito o un conejo llamado Martin y un día, al llegar del colegio no lo encontraron, entonces, se sentaron a almorzar pensando "después de comer lo busco", y a mitad del almuerzo sus propios viejos les dijeron que estaban comiendo estofado de Martin. La primera vez que escuché esta historia le había pasado a mi primo y me dio tanta pena y risa a la vez que solo gritaba NOOOOOO!!! xDDDD NOOOOO!! xDDDD PUTA NOOOOO!!! xDDDD Era como si dentro mío hubieran estallado las presas del llanto y la risa y mi corazón era una balsa tratando de no naufragar entre ambas furias. Porque además pensaba que era un caso aislado, algo digno de convertirse en un guión de El narrador de cuentos. Pero descubrir ahora que 2 de cada 30 niños se han comido a su mascota me pone nervioso, diablos, no es una estadística muy tranquilizadora. Y eso, suponiendo que a los otros 28 no les haya pasado también algo parecido pero hayan bloqueado el recuerdo o les hayan contado que Martin se fue a vivir al bosque con sus amigos de la pradera. Lo más extraño es que en la crónica cuentan que en el momento en que descubren la noticia, todos lloran sobre su plato de comida y comienzan a repetir el nombre de su mascota y a putear a su familia o se van corriendo al patio a ver si no les están jugando una broma cruel. Pero pasado este punto y aceptada la horrible verdad, algunos de ellos dicen que ¡SE SIGUIERON COMIENDO A MARTIN! Es decir, miraron los huesitos rostizados en aceite y lloraron, pero luego olieron el aroma de la pimienta sobre la carne frita y entre lágrimas y mocos, acabaron a mordiscos con su infancia. ¿Cómo es posible que uno pueda comerse lo que ama? ¿Es aquel un último acto de posesión? ¿Una despedida a nivel molecular? Y además ¿en qué se parece esto a la historia del japonés Issei Sagawa que estaba haciendo una tesis sobre el Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata y luego se comió a su novia holandesa? Él también dijo que estaba obsesionado con la antropofagia desde que era un niño. Mis alumnos me hablan de metáforas, nudos y desenlaces y luego me dicen: "cuando era niño, me comí a mi conejo". Recuerdo que antes de resolver este examen sobre La senda del perdedor algunos me preguntaron: "Profe, ¿a qué se refiere con que le contemos alguna de nuestras desgracias más salvajes al estilo Chinaski?" Les dije que lo que quería era que no lo contaran como un melodrama de telenovela mexicana, sino de una forma que sus desgracias se me hicieran divertidas como las de Henri. Uno de ellos dijo: "Profe, ¿y si mi desgracia no da risa?" Y yo le dije "Tú cuéntala nomás que yo igual me voy a reír" Y todo el salón: D: D: D: D: Por ahí escuché que me gritaban ¡sádico, maldito, puto! Pero al final esa es la pregunta en la que todos se han gastado la página completa y la parte con la que yo me he divertido más. Mientras me entregaban el examen muchos me dijeron: "profe, esto solo léalo usted y luego quémelo". Y así lo he hecho. Hoy subí notas, junté los 80 exámenes y encendí la hoguera. Solo en mi cerebro ha quedado la historia del chico que sin querer incendió el camión de su abuelo, el de la niña que se escapó de casa y vivía en los parques, el del niño que se hizo la caca por seguir viendo Rambo, historias de primeras borracheras con putas asesinas, de soledad de amor y de muerte. Historias de comerse a la mascota. Ahora me voy tranquilo de sus vidas. Me llevo la certeza de que al menos les he dejado la sensación de que están llenos de historias. Y de que si se toman el tiempo de contarlas bien, pueden alegrarle el corazón a alguien más, por ejemplo, a un tipo en pijamas que se sienta en su escritorio a corregir exámenes la tarde más fría del invierno.