sábado, 15 de noviembre de 2014

temblores

El temblor de ayer me agarró dictando clases en el 8vo piso. El tema era "El diálogo en la narración" así que les estaba proyectando escenas de Pulp Fiction, que es probablemente la película con los mejores diálogos en la historia del cine. Es más, si alguna vez me preguntan: Pierre ¿por qué eras profe?, una de las posibles respuestas será: "para ver las caras de mis alumnos cuando por primera vez en sus vidas ven al negro Samuel Jackson decir Ezequiel 25,17. O para ver cómo se enamoran de Mia Wallace cuando cuenta su chiste de la familia tomate, o para sentir sus respiraciones contenidas justo antes de que Vincent le clave la inyección de adrenalina en el pecho".

Cuando empezó el temblor íbamos recién en Royaaale with cheeeese, pero como estábamos en el 8vo piso todos salieron corriendo como ratas de alcantarilla. Nos evacuaron del edificio. Al volver, quise darle play a la peli pero estaban mirando su facebook, mandando mensajitos. Les digo: ¡apaguen esas huevadas! Me dicen: profe, es que tengo que avisarle a mi vieja que he sobrevivido. Así que les doy unos minutos. Cuando por fin todos apagan su cel, llega un mensajito al mío. Es mi vieja. Se cagan de risa. Les digo: ¡Yo también tengo mamá! ¿qué pensaban, que me habían hecho de fango como a los orcos del señor de los anillos?

La llamada de mi vieja no ha entrado así que tengo un mensaje de voz. Parece que mi vieja (que está en Sullana en el cumple de mi abuela) no se ha dado cuenta de que se ha activado la casilla de voz así que la escucho matarse de risa con mis tíos. Les dice "ese chico es muy nervioso, ¿qué habrá hecho en el salón?". Y luego la voz de mis tíos: seguro que ha dejado a sus alumnos encerrados y se ha tirado por las escaleras jaaaaa y mi abuelita: ay pobre muchacho! Tengo que salir del salón para reírme con ganas. Pero el mensajito además me deja pensando en por qué mi vieja creerá que los temblores me asustan tanto. Entonces recuerdo estas 2 escenas de mi niñez.

Tenía 13 años cuando llegamos a Lima. Una noche de ese año (1993) me fui a jatear donde mi tío Héctor que vivía en la azotea de uno de los edificios más viejos de Lince. Y justo ESA madrugada, hubo un temblor de la granputasumare. Como el cuarto de mi tío era una pocilga chiquita y tenía muchas repisas y huevadas inservibles, todo empezó a caer sobre la cama y era como el diluvio universal. Pero eso no fue lo peor. Lo más jodido es que mi tío era vecino de 2 viejas locas que estaban aterrorizadas y se pasaron el resto de la madrugada gritando en la azotea: ¡CRISTO MÍO, SACA A SATANÁS DE ESTE EDIFICIO! Los vecinos las mandaban a callar pero ellas siguieron por varias horas cantando la canción del Señor de los Milagros y otros conjuros que me pusieron los pelos de punta. Al día siguiente llegué a mi jato totalmente traumatizado, no tanto por el temblor sino por la imagen de esas viejas que creían estar luchando contra una cabra gigante.

El otro recuerdo es todavía más antiguo. Tal vez tenía yo 10 años. Habíamos ido con mis tíos y mis primos a pasar el fin de semana en una casa de playa de Punta Sal. Estábamos almorzando cuando todo empezó a temblar. Si hay algo peor que un temblor, es un temblor cerca al mar. Corrimos fuera de la casa. Cuando el temblor acabó nos miramos las caras para ver si estábamos completos y entonces el tío Lucho se dio cuenta de que yo me había traído mi plato de comida conmigo. Me señaló y dijo: "ESE PIERRE, SE HA TRAÍDO SU COMIDA! NI COJUDO!" Todos mis tíos y mis primos voltearon a verme. Yo era un niño gordito y aterrorizado pero que todavía sostenía un plato de comida entre las manos. Estalló la carcajada. Mi tío Lucho tenía una risa capaz de partir un cerro en dos y era tan contagiosa como la varicela. Los pendejos no dejaron de joderme en todo el viaje. Eso fue hace como 25 años pero como yo no vivo con mi mamá hace 17 seguro que ella sigue alucinándome en alguna pendejada cada vez que hay un temblor.

Ayer, sin embargo, estuve tranquilo. Cuando empezó el temblor, me puse a recoger todos los muñecos de acción que había llevado para que mis alumnos hicieran diálogos y luego me quedé en la puerta del salón, esperando tranquilamente a que pasara el temblor. Ahora me doy cuenta de que varios de mis terrores adolescentes se han curado. Ya tampoco les tengo miedo a las inyecciones, ni a la oscuridad, ni a las calles vacías, ni a los locos, ni a mi sótano de madrugada, ni a los líquidos inflamables. Todavía le tengo un poco de miedo a los ciegos pero supongo que eso es porque no conozco a ninguno. Y siento también que el gran miedo a la muerte va desapareciendo. Envejecer debe ser eso. Algo como ir trabando amistad con ella. Empiezas por mirarla de reojo, le conversas, le escribes un cuento. Entiendes su punto de vista. Y cuando ya eres capaz de mirarla a los ojos y sonreirle, es porque has comprendido que ella no tiene ninguna prisa, que te dejará escribir todos los cuentos que te faltan y que el día que venga a llevarte de paseo, estarás tan preparado como un chico que mete latas de atún a su mochila, antes de irse de campamento con sus patas.

1 comentario:

Isa dijo...

Pierre, morí con el último párrafo, adoro cómo escribes.

Isabel