jueves, 24 de octubre de 2013

Los calatos

Tengo este grupo de amigos con los que me junto a leer cuentos. Nos llamamos los calatos en combi. Alguna vez planeamos tomarnos una foto calatos en una combi. Conseguimos calatearnos pero no conseguimos la combi. El resto es historia. La cosa es que al comienzo éramos muy pobres. Éramos tan pobres que andábamos por Quilca y, entre casi diez que éramos, nos alcanzó apenas para una botella de Magdalena Queirolo y una bolsita de chancays. Rotábamos el vino en un minúsculo vasito de plástico y dividíamos los chancays como Cristo. Ahora que lo recuerdo, no era ni siquiera un Magdalena Queirolo sino uno más barato que sabía a chicle y pintaba la lengua. Bueno, eso fue hace diez años. Ahora tenemos dinero. Seguimos escribiendo pero ya no bebemos porquerías ni comemos chancays. Tenemos reuniones mensuales y cada uno llega con una botella de pisco, un havana para los mojitos (el trago oficial del grupo), un six pack de chelas o algo parecido. La última reunión ha sido el sábado en mi casa. Estaban todos muy emocionados porque esa tarde todos habíamos llevado nuestros cuentos al concurso. La emoción se tradujo en trago y alimentos. Hago un recuento de lo que había sobre mi mesa: una botella de chuchuhuasi, una jarra de jugo natural de fresa, 2 havana club, 1 cartavio y 2 six packs de pilsen. Pero espera, escucha lo que había para comer: De entrada, frescos espárragos con salsa de limón y ajo, 2 baguettes y crema de queso, bocaditos varios. Y el plato fuerte de las tres de la mañana: atuncito encebollado con tomate y ají, acompañado de una generosa guarnición de arroz salpicado de pimientos y choclitos. Bueno, tal vez el atún te parezca tela, pero un borracho a las tres de la mañana, vendería la silla de ruedas de su abuela por mucho menos. Ya, bueno, la cosa es que cuando llega la hora de cocinar y comer, todos estamos tan wascas que extraviamos el glamour y volvemos a ser los chicos pobres de Quilca. Yo reparto platos vacíos y lanzo la olla arrocera y la fuente de atún sobre la mesa. ¡Sírvanse, chacales! les digo. Todos saltan sobre la comida como dobermans. Poco les falta para coger el arroz con las manos. Cuando en la olla no quedan más que 4 granos y medio choclito, regresan a sus sillas y mastican en silencio, vierten espesos chorros de crema huancaína sobre sus platos. Finalmente, esta escena: alguien arranca un pedazo de baguette y, como si fuera una esponjita scotch brite, lo refriega contra las paredes del pote de crema de queso y se lo lleva a la boca. Una de las chicas dice: "Puta madre, los productos mejoran, pero nosotros seguimos igual". Efectivamente, somos la misma huevada de hace diez años. Nos reímos. Yo los miro y pienso: bueno, al menos nuestros cuentos han mejorado. Nuestros cuentos y la calidad del vino y el queso. Solo por eso voy a tolerar, no... corrijo, voy a ser feliz viéndolos comer como puercos del armagedón

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me recordaste a aquella cruel/realista/perfecta escena de Buñuel en "Viridiana", donde los pobres aprovechan su ausencia para entrar en la casa lujosa y darse un banquete. Empiezan con cierto "charm" (sarcástico, claro) y cuando se les sube el alcohol tiran el disco de Vivaldi y regresan a su realidad; bailar, comer y fornicar como cerdos.
No sé por qué uso a los cerdos para hacer estas comparaciones, en realidad los cerdos son animales muy limpios. En fin...

Pierre dijo...

xD